Thoughts for Young Men/Reasons for Exhorting Young Men/es

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Cuando San Pablo escribió su epístola a Tito acerca de su deber como pastor, mencionó a los jóvenes, como una clase que reque-ría especial atención. Después de haber hablado de hombres y mujeres ancianas y de mujeres jóvenes, agrega este piadoso consejo: “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes” (Tito 2:6). Voy a seguir el consejo del Apóstol. Me propongo ofrecer algunas palabras cariñosas de exhortación a los varones jóvenes.

Yo mismo me estoy haciendo viejo, pero hay unas cuantas cosas que recuerdo muy bien de mi juventud. Recuerdo vívidamente los gozos, temores, las tristezas, esperanzas, tentaciones y dificultades, las decisiones equivocadas y los sentimientos mal fundados, los errores y las aspiraciones que rodean y acompañan la vida del joven. Si puedo decir algo para mantener a algún joven en el camino correcto y protegerlo de las faltas y los pecados, los cuales pueden dañar sus perspectivas en el tiempo y la eternidad, estaré muy agra-decido.

Me propongo hacer cuatro cosas:

  1. Mencionaré algunas razones generales por las cuales los jóvenes necesitan ser exhortados.
  2. Haré notar algunos peligros especiales contra los cuales los jóvenes necesitan ser advertidos.
  3. Daré algunos consejos generales que ruego a los jóvenes reciban.
  4. Y estableceré algunas reglas de conducta especiales que aconsejo encarecidamente a los jóvenes seguir.

En cada uno de estos cuatro puntos, tengo algo que decir, y oro a Dios que lo que diga sea de bien para alguna alma.
En primer lugar, ¿cuales son las razones generales por las cuales los jóvenes necesitan exhortaciones especiales? Mencionaré va-rias en orden.

En primer lugar, el doloroso hecho de que son pocos los jóvenes, en cualquier parte, que parecen tener algo de religión.

Hablo sin hacer excepciones; lo digo de todos. De alta o baja posición, ricos o pobres, inteligentes o ingenuos, letrados o iletra-dos, del campo o la ciudad—no hay ninguna diferencia. Tiemblo al observar que muy pocos jóvenes son guiados por el Espíritu San-to,—que muy pocos están en ese camino angosto que guía a la vida,—que muy pocos ponen sus afectos (tesoros) en las cosas de arriba,—que muy pocos toman la cruz y siguen a Cristo. Lo digo con mucho pesar; pero sabe Dios que digo la verdad. 

Jóvenes, ustedes son un sector grande e importante en la población de este país; ¿pero dónde y en que condición se encuentran sus almas inmortales? ¡Ay!, ¡No importa a dónde busquemos la respuesta, la conclusión será siempre la misma!

Preguntemos a cualquier fiel ministro del evangelio, y notemos lo que nos contesta. ¿Cuántos son los jóvenes solteros con los que puede contar para que participen de la Cena del Señor? ¿Quiénes son los más reacios a los medios de gracia, los más irregulares en asistir a los cultos del domingo, los más difíciles de atraer a las reuniones de oración entre semana, los más desatentos durante la pre-dicación? ¿Qué parte de su congregación le causa más ansiedad? ¿Quiénes son los que le producen la mayor intranquilidad? ¿Quiénes en su rebaño son los más difíciles de manejar, los que con más frecuencia necesitan advertencias y reprensiones, los que le ocasionan las mayores tristezas e inquietudes, los que le mantienen en constante temor por el estado de sus almas y que parecen ser más imposi-bles de alcanzar? Podemos estar seguros de que la respuesta siempre será: “los jóvenes”.

Preguntemos a los padres de familia en cualquier parte, y notemos lo que generalmente contestan. ¿Quiénes en su familia les dan más dolores de cabeza y problemas? ¿Quiénes son los que necesitan más vigilancia y los exasperan y los decepcionan con más fre-cuencia? ¿Quiénes son los primeros que se desvían del camino recto, y los últimos en recordar las advertencias y los buenos consejos? ¿Quiénes son los más difíciles de controlar? ¿Quiénes son los que con mayor frecuencia cometen pecados notorios, deshonran el nom-bre que llevan, hacen infelices a sus amigos, amargan la vejez de sus familiares, y hacen que con dolor vayan a su sepultura? Podemos estar seguros de que la respuesta generalmente será: “los jóvenes”.

Preguntemos a los magistrados y oficiales de justicia, y notemos qué contestan. ¿Quiénes son los que más frecuentan los bares? ¿Quiénes son los que menos respetan el día de reposo? ¿Quiénes son los que forman las pandillas que son un flagelo para la sociedad? ¿Quiénes son los que con mayor frecuencia son arrestados por borrachos, infracciones al orden público, pleitos, robos, asaltos y deli-tos similares? ¿Quiénes llenan las cárceles y penitenciarias? ¿Cuál es el sector que más requiere constante vigilancia? Podemos estar seguros de que la respuesta será: “los jóvenes”.

Consideremos ahora la clase alta, y notemos lo que reportan. En una familia los hijos siempre están malgastando tiempo, salud, y dinero en egocéntricas búsquedas de placeres. En otra familia, los hijos no siguen ninguna profesión y desperdician los años más pre-ciados de sus vidas sin hacer nada. En otra, siguen una profesión por decir que la tienen, pero sin dar ninguna atención a lo que ella exige. En otra, los jóvenes siempre andan en malas compañías, malgastando dinero en apuestas, acumulando deudas y causando conti-nuamente ansiedad a los que realmente los quieren. ¡Ay! ¡El rango, los títulos, los bienes, y la educación no previenen tales cosas! A decir verdad, muchos padres preocupados, madres con el corazón quebrantado y hermanas afligidas, podrían contar anécdotas tristes acerca de ellos. Muchas familias que tienen todo lo que este mundo ofrece tienen un familiar cuyo nombre nunca se menciona—o quizás sólo se menciona con pesar o vergüenza—un hijo, un hermano, un primo, un sobrino que hace lo que quiere y causa tristeza a todos los que lo conocen.

Muy raramente se encuentra a una familia rica que no tenga espinas en la carne, algo que trastorne su felicidad, que sea constante motivo de dolor y preocupación. Y las más de las veces, ¿no es cierto que son “los jóvenes”?

¿Y que diremos de estas cosas? Son la realidad, la realidad palpable, la realidad que encontramos por todos lados, una realidad que no podemos negar. ¡Qué terrible es pensar que cada vez que me encuentro con un joven, probablemente me hallo ante un enemigo de Dios que viaja por el camino ancho que lleva a la destrucción, no apto para el cielo! De seguro que con tal realidad ante mí, ya no te sorprendas de que quiero exhortarte, y tendrás que admitir que tengo razón al hacerlo.

En segundo lugar, al igual que como todos los demás, el joven tendrá que enfrentar la muerte y el juicio, aunque casi todos parecen olvidarlo.

Joven, está establecido que mueras una sola vez; no importa lo saludable que estés, el día de tu muerte puede estar cerca. Veo a jóvenes al igual que ancianos enfermos. Entierro cuerpos jóvenes al igual que envejecidos. Leo los nombres de personas no mucho mayores que tú en las lápidas de los cementerios. Aprendo de los libros que con excepción de ancianos e infantes, mueren más perso-nas entre los 13 y 23 años que en ninguna otra etapa de la vida. Y sin embargo, tú vives como si estuvieses seguro de no morir.

¿Piensas que quizás te ocuparás de estas cosas mañana? Recuerda las palabras de Salomón: “No te jactes del día de mañana; por-que no sabes que dará de sí el día” (Proverbios 27:1). Arquías, tirano de Tebas, en medio de un banquete recibió una carta que le im-ploraron leyera porque era muy importante. “¡Dejemos para mañana los asuntos serios!” exclamó a la vez que ponía la carta debajo de un cojín. Al rato, entraron en la sala varios que habían tramado matarlo, y lo degollaron. La carta que no leyó contenía el aviso del complot con todos sus detalles. Mañana es el día de Satanás, pero el día de hoy es de Dios. A Satanás no le importa lo espiritual que sean tus intenciones, siempre y cuando les dejes para mañana. ¡Oh, no le des lugar al diablo en esto! Contéstale: “¡No, Satanás! Será hoy, hoy”. No todos los hombres viven hasta ser patriarcas como Isaac y Jacob. Muchos hijos mueren antes que sus padres. David tuvo que llorar la muerte de dos de sus mejores hijos; Job perdió a sus diez hijos en un día. Tu suerte quizás sea como la de uno de ellos, y cuando viene la muerte, será en vano hablar del mañana, tendrás que partir ya.

¿Estas pensando que más adelante llegarás a una etapa más conveniente para atender estos asuntos? Así lo creyeron Félix y los atenienses a quienes Pablo predicó; pero esa etapa nunca llegó. El infierno está pavimentado con tales ilusiones. Mejor es asegurarte de las cosas mientras puedes. No dejes nada de lo eterno sin resolver. No te arriesgues cuando lo que está en juego es tu alma. Créeme, la salvación de un alma no es cosa fácil. Todos necesitamos una “ grande” salvación, seamos ancianos o jóvenes; todos necesitamos nacer de nuevo, todos necesitamos ser lavados en la sangre de Cristo, todos necesitamos ser santificados por el Espíritu. Feliz es el hombre que no deja estos asuntos en la incertidumbre, y no descansa hasta que tiene en su interior el testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios.

Joven, tu tiempo es corto. Tus días son pocos—una sombra, un vapor, un cuento que pronto se acaba. Tu cuerpo no es de bronce. “Los muchachos” dice Isaías, “se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen” (Isaías 40:30). Puedes perder la salud en un instan-te: sólo basta una caída, una fiebre, una inflamación, un vaso sanguíneo roto para que los gusanos se alimenten de ti. No hay más que un paso entre ti y la muerte. Esta noche quizás tu alma sea requerida de ti. Eres rápido en el camino de este mundo, y rápidamente te irás. Toda tu vida es una incertidumbre, pero tu muerte y el juicio sí son seguros. Tú también tendrás que oír la trompeta del Arcángel, y presentarte ante el gran trono blanco, tú también obedecerás a la orden, que Jerónimo decía siempre timbraba en sus oídos: “Levan-taos muertos, y venid al juicio”. “Seguramente vengo aprisa,” es la declaración del Juez mismo. Por eso, no me atrevo a dejar de ex-hortarte, ni puedo dejar de hacerlo.

¡Oh que tomaras a pecho las palabras del Predicador!: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11:9). ¡Es increíble que ante tal perspectiva alguien pudiera descuidar este asunto y despreocuparse de él! Ciertamente que no hay peor loco que el se conforma con vivir sin prepararse para la muerte. Ciertamente que la incredulidad del hombre es lo más sorprendente en este mundo. La profecía más clara en la Biblia comienza bien con estas palabras, “¿Quien ha creído a nuestro anun-cio?” (Isaías 53:1). Bien dice el Señor Jesús: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8). Joven, me temo que esta sea la declaración de muchos como tú ante el tribunal celestial: “Ellos no creen”. Y me temo que tengas que dejar apre-suradamente este mundo, y despertarte para descubrir demasiado tarde, que la muerte y el juicio son una realidad. Me temo todo esto, y por lo tanto te exhorto.

Lo que los jóvenes lleguen a ser, con toda probabilidad, dependerá de lo que son ahora, pero ellos parecen olvidar-lo.

La juventud es la semilla de lo que llegará a ser la madurez, la etapa de moldear en el breve espacio de la vida humana, el mo-mento decisivo en la historia de la mente del hombre.

Por el retoño juzgamos el árbol, por la flor juzgamos la fruta, por la primavera juzgamos la cosecha, por la mañana juzgamos có-mo será el día—y por el carácter del joven, por lo regular podemos juzgar cómo será cuando sea adulto.

Joven, no te engañes. No pienses que puedes servir a tus concupiscencias y placeres primero, y luego ir y servir a Dios con facili-dad después. No pienses que puedes vivir con Esaú, y luego morir con Jacob. Es una burla tratar con Dios y tu alma en tal modo. Es una burla terrible suponer que puedes dar la flor de tu juventud y fuerza al mundo y al diablo; y después conformar al Rey de reyes con los desperdicios y sobras de tu corazón—con los restos y despojos de tus fuerzas. Es una burla terrible, y a tu pesar encontrarás que es imposible hacerlo.

Me atrevo a decir que estás confiando en un arrepentimiento tardío. No sabes lo que haces. No estás teniendo en cuenta a Dios. El arrepentimiento y la fe son dones de Dios, y dones que él frecuentemente niega cuando se los han rechazado durante demasiado tiempo. Admito que el arrepentimiento genuino nunca es demasiado tarde, sin embargo te advierto al mismo tiempo que el arrepenti-miento tardío muy rara vez es auténtico. Y admito que un ladrón se convirtió en su última hora para que nadie pierda la esperanza; pero al mismo tiempo te advierto que sólo uno se convirtió así y nadie suponga que puede hacer lo mismo. Admito que está escrito, que Jesús puede “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25). Pero te advierto que el mismo Espíritu es-cribió también: “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese. También yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Proverbios 1:24 y 26).

Créeme que no te será tan fácil acercarte a Dios sólo cuando a ti te plazca. Es cierto lo que ha dicho el Arzobispo Leighton: “El camino del pecado es cuesta abajo; y nadie puede frenarlo cuando se le da la gana”. Los deseos santos y las convicciones serias no son como el siervo del centurión, que van y vienen según el deseo de éste; si no que son más bien como el unicornio del que habla el libro de Job: no obedecerán tu voz, ni atenderán a tus mandatos. Se dice del famoso general Aníbal, que cuando pudo haber tomado Roma, hizo guerra contra ella, pero no la quiso tomar; y más adelante, cuando quiso tomarla, no la tomó porque no pudo. Cuidado, que no te suceda algo similar con respecto a la vida eterna.

¿Por qué digo esto? Lo digo sabiendo lo que es la fuerza de la costumbre. Lo digo porque la experiencia me indica que el corazón de una persona muy raramente cambia si no cambia desde joven. Rara vez se convierte alguien en su vejez. Los hábitos tienen raíces muy profundas. El pecado, una vez que ya lo has dejado arraigarse en ti, no se desarraigará porque meramente lo desees. Las costum-bres llegan a ser parte de tu naturaleza, y te encadenan con cadenas triples que no se pueden romper fácilmente. Bueno dice el profeta, “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23). Los hábitos son como piedras que ruedan cuesta abajo, cuanto más ruedan, más rápido e incontrolable es su curso. Los hábitos, como los árboles, se fortalecen con los años. Un muchacho puede doblar un cedro cuando es un retoño, pero cien hom-bres no lo podrán sacar de raíz cuando sea un árbol ya maduro. Un niño puede vadear el río Thames en su fuente, pero el barco más grande del mundo puede flotar en el cuándo se acerca al océano. Lo mismo sucede con los hábitos: cuánto más viejos más fuertes, cuanto más tiempo nos han dominado, más difícil es librarnos de ellos. Crecen a medida que crecemos nosotros y se fortalecen con nuestras fuerzas. La costumbre es la nodriza del pecado. Cada nuevo acto de pecado disminuye el temor y el remordimiento, endurece nuestro corazón, insensibiliza nuestra conciencia e incrementa nuestras inclinaciones perversas.

Joven, quizás pienses que pongo demasiado énfasis en este punto. Si tú vieras a hombres viejos como yo los he visto, a un paso de la tumba, sin sentimientos, marchitos, endurecidos, muertos, fríos, ásperos como una piedra de pulir, no lo pensarías. Créeme, no te puedes quedar inactivo en lo que concierne a tu alma. Las costumbres, sean buenas o malas, se van cimentando diariamente en tu co-razón. Cada día, o te estás acercando a Dios o alejándote de él. Cada año que continuas impenitente, la pared divisoria entre tú y el cielo se hace más alta y gruesa, y el abismo para cruzar se hace más profundo y ancho. ¡Oh, teme al endurecimiento que viene con pecar constantemente! Hoy es el momento propicio. Mira que tu vuelo no sea en el invierno de tus días. Si no buscas al Señor cuando joven, la fuerza de la costumbre es tal que probablemente nunca lo busques. Esto es lo que temo, y por lo tanto te exhorto.

El diablo pone especial cuidado en destruir el alma del joven, y parece ser que éste ni cuenta se da.

Satán sabe muy bien que tú serás la siguiente generación, por lo tanto emplea todas sus artimañas para hacerte suyo. Y no te deja-ré ignorante en cuanto a sus estratagemas.

Tú eres el que él escoge para prodigarte sus mejores tentaciones. Extiende su red con el mayor cuidado para atrapar tu corazón. Despliega sus mercaderías ante tus ojos con la mayor astucia para que compres su veneno endulzado, y comas sus reposterías maldi-tas. Tú eres el objeto de su ataque. Quiera el Señor reprenderlo, y librarte de sus manos.

Joven, cuídate de no caer en su red. Tratará de arrojar polvo en tus ojos para impedir que veas cómo son verdaderamente las co-sas. Quiere hacerte creer que el mal es bien, y el bien es mal. Pintará, dará lustre, y vestirá el pecado para que te enamores de él. De-formará, calumniará y ridiculizará la verdadera religión, para que la desprecies. Exaltará los placeres de la maldad, pero esconderá de ti su aguijón. Levantará delante de tus ojos la cruz y su sufrimiento, pero mantendrá fuera de la vista la corona de la vida eterna. Te prometerá todo, como le prometió a Cristo, con la condición de que le sirvas a él. Aun te ayudará a practicar una forma de religión, siempre que dejes a un lado el poder de ella. Te dirá al principio de tu vida, es demasiado temprano para servir a Dios; y al final de tu vida, te dirá que es demasiado tarde. ¡Oh, no te dejes engañar!

Poco sabes del peligro que corres en manos de este enemigo; y es justamente esta ignorancia que me hace temer por ti. Eres como un ciego, caminando entre hoyos y escollos; no ves los peligros que te acechan a tu alrededor.

Tu enemigo es poderoso. La Biblia lo llama “el príncipe de este mundo” (Juan 14:30). Se opuso a nuestro Señor Jesús Cristo a lo largo de su ministerio. Tentó a Adán y Eva que comiesen de la fruta prohibida, e introdujo en el mundo el pecado y la muerte. Tentó aun a David, el hombre a quien Dios amó, y ocasionó que el resto de sus días estuvieran llenos de dolor. Aun tentó a Pedro, el apóstol escogido, e hizo que negara a su Señor. ¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes subestimar!

Tu enemigo es inquieto. Nunca duerme. Siempre está como león rugiente buscando a quien devorar. Va y viene por toda la tierra. Quizás seas tú descuidado con tu alma; pero él no. La quiere para hacerla desgraciada, como lo es él, y hará todo lo posible para con-seguirla. ¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes subestimar!

Tu enemigo es engañoso. Por casi seis mil años ha estado leyendo un libro, y ese libro es el Corazón del hombre. Ya lo debe co-nocer muy bien, y, efectivamente, lo conoce bien: todas sus debilidades, todos sus engaños, todos sus vicios. Y tiene un depósito lleno de tentaciones para hacerle daño. Nunca podrás ir a un lugar donde no te encuentre. Vete a la ciudad, y allí te hallará. Vete al desierto, y allí estará también. Siéntate entre borrachos y parranderos, y estará allí para ayudar. Escucha una predicación, y estará allí para dis-traerte. ¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes subestimar!

Joven, este enemigo esta trabajando arduamente para destruirte, aunque no lo percibas. Tú eres el premio por el cual está luchan-do de un modo especial. Él sabe que serás la bendición o la maldición del día, y está tratando arduamente de apoderarse de tu corazón en tu juventud para que puedas ayudarle más y más a adelantar su reinado. Bien sabe que echarte a perder ahora en tus años tiernos es el modo más seguro de estropearte el resto de la vida. ¡Oh, quiera el Señor abrirte los ojos, como abrió los del siervo de Elías en Do-tán! ¡Oh, que pudieras ver lo que Satán trama contra ti! Debo advertirte. Debo exhortarte. Ya sea que me escuches o no, no me atrevo a dejar de exhortarte, y no puedo dejar de hacerlo.

Los jóvenes necesitan exhortación para ahorrarles sufrimientos y para que empiecen a servir a Dios ya.

El pecado es la madre de los pesares, y ningún pecado parece causar al hombre tantas desgracias y sufrimientos como los pecados de su juventud. Las acciones necias que hizo, el tiempo que perdió, los errores que cometió, las malas compañías con que se juntó, el daño que se causó a sí mismo tanto a su cuerpo como a su alma, las oportunidades de felicidad que despreció, las ocasiones de ser útil que desaprovechó; todas estas cosas causan frecuentemente la amargura que siente en su conciencia el anciano, empaña el atardecer de sus días, y llena las últimas horas de su vida con vergüenza y auto reproche.

Algunos podrían contarte de su pérdida de salud prematura ocasionada por los pecados de su juventud. La enfermedad hace doler sus miembros, y vivir es un cansancio. Sus músculos se han debilitado tanto que un insecto parece una carga pesada. Sus ojos se han oscurecido prematuramente, y han perdido la fuerza que tenían. El sol de su salud se ha puesto cuando aún es de día, y lloran por su cuerpo consumido. Créeme que esta es una copa amarga para beber.

Otros podrían contarte cosas tristes de las consecuencias de su holgazanería. Desaprovecharon las grandes oportunidades de aprender. No adquirieron sabiduría durante el tiempo cuando sus mentes mejor podían recibirla, y su memoria tenía la capacidad de retenerla. Y ahora es demasiado tarde, no tienen tiempo para sentarse y aprender. Ahora si tuvieran el tiempo, ya no tienen la misma capacidad de hacerlo. El tiempo perdido jamás se redime. Y esto también es una copa amarga de beber.

Otros podrían contarte de algún grave error de tomar una decisión equivocada, por lo cual sufrieron las consecuencias por el re-sto de sus vidas. Quisieron salirse con la suya. No escucharon los buenos consejos. Entablaron una relación que fue la ruina de su feli-cidad. Por ejemplo, escogieron una profesión para la cual eran totalmente ineptos. Y ahora se dan cuenta de ello. Pero sus ojos se abrieron cuando ya no pueden corregir el error. ¡Oh, esta también es una copa amarga de beber!

Joven querido, cómo anhelo que conozcas únicamente la satisfacción de una conciencia que no está cargada con una lista larga de pecados juveniles. Pues éstas son las heridas que hieren en lo más profundo. Éstas son las flechas que matan el espíritu del hombre. Éstas son la dureza que penetra el alma. Sé misericordioso contigo mismo. Busca a Dios en tu juventud y te ahorrarás muchas lágri-mas de amargura.

Esta es la verdad que parece haber sentido Job. Dice: “¿Porque escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi juventud?” (Job 13:26). Y también su amigo Sofar, hablando de los malvados dice: “Sus huesos están llenos de su juventud, más con él en el polvo yacerán” (Job 20:11).

David también parece haberlo sentido cuando le dijo al Señor: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuer-des” (Salmo 25:7).

Beza, el gran reformador sueco, lo sintió tan intensamente que lo menciona en su testamento diciendo que fue una misericordia especial que, por la gracia de Dios, fuera llamado a apartarse del mundo a la edad de dieciséis años.

Si les preguntaras ahora a los creyentes, creo que todos te dirán lo mismo. “¡Ojalá pudiera vivir mi juventud de nuevo!” “¡Ojalá hubiera vivido el principio de mi vida en una manera mejor! ¡Ojalá no hubiera formado malos hábitos en la primavera de mis años!”

Joven, si puedo, quiero ahorrarte este pesar. El infierno mismo es una verdad que muchos conocen cuando ya es demasiado tarde. Sé sabio a tiempo. Lo que en la juventud siembras, en la vejez cegarás. No le des la época más preciosa de tu vida a lo que no te con-fortará en tu final. Mejor siembra en rectitud: cultiva la tierra fértil, no siembres entre espinas.

Quizá el pecado no tiente tu mano o tu lengua ahora, pero puedes estar seguro de que el pecado y tú se encontrarán tarde o tem-prano, te guste o no. Las heridas viejas frecuentemente duelen y causan molestias mucho después que han sanado y sólo se nota la cicatriz; lo mismo puede suceder con tus pecados. Se han encontrado huellas de animales en la superficie de las piedras que una vez fueron arena mojada, miles de años después de que el animal que las hizo ha dejado de ser, lo mismo puede suceder con tus pecados.

“La experiencia,” dice el proverbio, “es una escuela muy costosa, pero los necios no aprenden en otra”. Quiero que escapes las desgracias de tener que aprender en esa escuela. Quiero evitar las desdichas que los pecados juveniles causan. Esta es la última razón por lo cual te exhorto.

Preguntas de estudio

Razones para exhortar a los jóvenes

Nota: A lo largo de este estudio no te limites a copiar las palabras del texto; en cambio, escribe en tus propias palabras lo que el autor quiere expresar con lo que escribió.


Son pocos los jóvenes que parecen tener algo de religión

a. Psalm 119:9
b. Proverbs 13:13

1. El autor pregunta a cuatro diferentes grupos acerca de sus preocupaciones por la condición de sus jóvenes. ¿Cuáles son las principales preocupaciones de cada grupo?
a. Ministros del evangelio
b. Padres de familia
c. Magistrados
d. La clase alta
e. ¿Y tú? ¿Las preocupaciones de cuál grupo se asemejan más a las tuyas? ¿De qué manera te describen a ti esas preocupaciones?

El joven tendrá que enfrentar la muerte y el juicio
2. ¿Por qué tiende la gente a dejar las cosas serias para “mañana”, y después nunca se ocupan de ellas?
3. ¿Cuál es la respuesta para estas tentaciones de posponer el cumplimiento de nuestras responsabilidades?
4. ¿Y tú? “Ciertamente que no hay peor loco que el se conforma con vivir sin prepararse para la muerte”
a. ¿Coincides o no con este pensamiento? ¿Por qué?
b. ¿Estás preparado para morir? ¿Por qué?
Lo que los jóvenes lleguen a ser dependerá de lo que son ahora
5. ¿Por qué es rara la vez que alguien se convierte en su vejez?
6. ¿Cómo dificulta la “fuerza de la costumbre” el que alguien acepte a Cristo si ha vivido en el mundo más años?
El diablo usa especial cuidado en destruir el alma del joven
7. Resume brevemente la estrategia que usa Satanás para llevar al joven por mal camino.
8. Satanás es retratado como poderoso, inquieto y engañoso. Describe brevemente lo que cada uno de estos adjetivos significa y por qué la característica es peligrosa para el joven. Incluye la referencia bíblica de estos versículos que te parezcan especialmente útiles para ti.
a. poderoso
b. inquieto
c. engañoso
9. ¿Y tú? ¿Crees que existe el diablo?

Los jóvenes necesitan ser exhortados para ahorrarles sufrimientos
10. ¿Y tú? El autor lista cuatro áreas que pueden causar sufrimientos en el futuro: Pérdida de la salud por los pecados de la juventud, las consecuencias de la holgazanería, el error de tomar una decisión equivocada y los propios pecados juveniles.
a. ¿Cuál de estas áreas crees que te pueden causar mayor sufrimiento en el futuro?
b. Explica brevemente por qué escogiste esa área.

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