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1 Juan 1:1-4
 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida 2(pues la vida fue manifestada, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó); 3lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. 4Os escribimos estas cosas para que nuestro gozo sea completo.

Las únicas cartas en el Nuevo Testamento que no mencionan el nombre del autor son las tres cartas de Juan y la epístola a los Hebreos. La iglesia añadió el título (Primera Epístola del Apóstol San Juan) después. Pero hay tres buenas razones para creer que el apóstol Juan escribió la carta.

Primero, porque los primeros escritores cristianos aceptaron que Juan era el escritor—Ireneo (200 d. de J.C.), Clemente de Alejandría (215 d. de J.C.) y Tertuliano (220 d. J.C.). Segundo, porque el escritor se identifica como un testigo ocular de la vida terrenal de Jesús (1:1): “lo que hemos visto con nuestros ojos…lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos”. Tercero, el estilo y la terminología son casi iguales al estilo y la terminología del Evangelio de Juan.

Al final del Evangelio de Juan (21:24) es escrito explícitamente que el apóstol que lo escribió fue el discípulo amado’’, es decir, el discípulo que tenía la más intima amistad personal con Jesús, el que en la última cena se reclinó en el pecho de Jesús (13:23), a quién Jesús le encomendó a su madre, el que corrió más aprisa que Pedro al sepulcro vacío (20:2-4).

Pero el discípulo amado nunca se nombra. Tuvo que ser uno de los tres íntimos: Pedro, Jacobo o Juan. ¡No pudo haber sido Pedro porque corrió más aprisa que Pedro! Y según Hechos 12:1 Jacobo fue muerto por Herodes aproximadamente diez años después de la muerte de Jesús. No es probable que el Evangelio según San Juan fuera escrito en una fecha tan cercana. Entonces la conclusión más probable es que el discípulo amado y el autor del Evangelio y las epístolas fue el apóstol Juan.

En un sentido esto no es importante, puesto que el autor bajo la inspiración del Espíritu Santo no nos dijo su nombre, y en última instancia el significado del libro no depende del conocimiento de quién fue el autor.

Pero en otro sentido es importante, porque un rechazo de la profesión del autor (la paternidad literaria) de Juan casi siempre va junto con el rechazo de su aserción de ser un testigo ocular del Señor. Tácitamente ningún erudito dice que “No fue Juan. Fue otro de los doce”. Todos saben que si el autor de esta carta estaba tan cerca a Jesús para tocarlo, entonces fue Juan. No hay otros candidatos probables entre los discípulos de aquellos días.

Entonces rechazar de Juan como el autor es virtualmente siempre un rechazo de la verdad del primer versículo de la carta: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto,…lo que han palpado nuestras manos…”. Si no fue Juan, no fue un testigo ocular, y la integridad del autor (que reclama ser un testigo ocular) es impugnada desde el principio.

Por tanto la razón por la que empiezo con estos pensamientos de la paternidad literaria de esta carta es para reforzar el asunto con que el autor empieza: había oído, había visto y había palpado al Hijo de Dios.

En el día del juicio Dios preguntará a las personas que han leído esta carta y que no han creído su testimonio: “¿Por qué no creíste el testimonio de mi siervo Juan? ¿Manifestó las cualidades características de un mentiroso o un lunático? ¿Contradijo el mensaje de su carta verdades razonablemente establecidas en la historia? ¿No estaba de acuerdo su testimonio con los otros testimonios de mi Hijo? ¿Por qué no creíste su testimonio?

En ese día de la verdad será una sola respuesta: “Todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas” (Juan 3:20). No es porque nos falta testimonio confiable de la verdad de Cristo que estamos lentos para creer. Es porque creer es ser quebrantado y permitir que la oscuridad de nuestros corazones sea expuesta a la luz de la santidad de Dios.

Los exhorto a Uds. a que no cierren los rincones escondidos de pecado en sus vidas sino a que vengan a la luz y consideren con diligencia la realidad que en esta carta tenemos que tratar con el mensaje del que en verdad vio y tocó al Señor de gloria.

Para desempacar el significado de estos cuatro versículos, he intentado poner en orden lógico las aserciones principales que veo.

  1. Cristo, nuestra Vida, ha existido eternamente con el Padre.
  2. Cristo, nuestra Vida, se manifestó en la carne.
  3. Por medio de la encarnación de Jesús, Juan ha obtenido comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
  4. Por tanto, Juan hace de la proclamación de Cristo la base de su comunión con los otros creyentes.
  5. Juan anhela la plenitud de gozo que viene cuando los demás comparten su deleite en la comunión del Padre y del Hijo.

El manantial de donde el río de este texto fluye es Cristo que nunca tuvo un principio sino que ha existido eternamente con el Padre. Y el océano a donde el río de este texto fluye es el gozo de nuestra comunión entre nosotros y con el Padre y el Hijo.

Por consiguiente, esta mañana me gustaría caminar junto al río de este texto y tomar brevemente en estos cinco lugares. Mi meta es que Dios use el agua de su palabra para refrescar tu confianza en Cristo y para intensificar tu deseo para el gozo de su comunión.

1. Cristo, nuestra Vida, ha existido eternamente con el Padre.

v. 2 – “La vida fue manifestada, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó”.

Primero, notemos que Cristo simplemente se llama “la Vida”. “La vida fue manifestada”. Cristo fue el que fue hecho manifiesto. Cristo apareció en forma humana. Pero como dice 1 Juan 5:11, 12: “Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”. Entonces el Hijo de Dios, Cristo Jesús, es nuestra Vida. Cuando tenemos comunión con él, compartimos la vida.

Segundo, notemos que esta vida es eterna. “La vida fue manifestada…y os anunciamos la vida eterna”. Este es el mejor comentario sobre la primera frase del primer versículo: Lo que existía desde el principio… “Desde el principio” quiere decir que Cristo nuestra Vida estaba allá cuando la creación empezó. Él es eterno. No tuvo principio. No tendrá fin. No es parte de la creación. En el principio él es la fuente de la creación. Toda vida sale de él. Él es el manantial, no parte del río. “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).

La aserción más fundamental de este texto es que Cristo nuestra Vida ha existido eternamente con el Padre. Todo lo demás fluye de esto. Hacemos bien si meditamos frecuentemente y profundamente en la realidad majestuosa que Cristo ha existido sin principio desde toda eternidad.

2. Cristo, nuestra Vida, se manifestó en la carne.

Otra vez el versículo 2 hace muy sencillo este punto: La vida fue manifestada. Es decir, el Cristo eterno llegó a ser visible. Se apareció. Y el sentido en que apareció es hecho comprensible en versículo 1: Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos…

La realidad que Juan reclama haber tocado lo que existía desde el principio, es decir, la Vida eterna manifestada, muestra claramente que el punto aquí es la encarnación. El Cristo eterno, quien estaba con el Padre desde el principio y en verdad era Dios —este Cristo apareció en la carne. Llegó a ser hombre—.

Aquí está la gran piedra de tropiezo. La gente ha tropezado sobre ella desde los días de Juan hasta nuestros propios días. (Cf. EL MITO DE DIOS ENCARNADO). Juan dice en su segunda carta (v. 7): “Muchos engañadores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el engañador y el anticristo”.

Muchos están dispuestos a creer en Cristo si él solamente se queda como una realidad espiritual (para ellos). Pero cuando predicamos que Cristo ha llegado a ser hombre particular en un lugar particular impartiendo órdenes particulares y muriendo en una cruz particular exponiendo los pecados particulares de nuestras vidas particulares, entonces la predicación deja de ser aceptable para muchos.

No creo que sea tanto el misterio de una naturaleza divina y humana en una persona que causa a la mayoría de la gente que tropiece sobre la doctrina de la encarnación. La piedra de tropiezo es que si la doctrina es verdadera, cada persona en el mundo debe obedecer este hombre judío particular. Todo lo que dice es la ley. Todo lo que hizo es perfecto. Y la particularidad de su obra y palabra brota en la historia en la forma de un libro inspirado particular (escrito en los idiomas particulares griego y hebreo) que reclama una autoridad universal sobre cualquier libro que jamás haya sido escrito.

Esta es la piedra de tropiezo de la encarnación —cuando Dios llega a ser hombre, él quita toda pretensión del hombre para ser Dios—. Ya no podemos hacer más lo que queremos. Debemos hacer lo que este único hombre judío quiera que hagamos. Ya no podemos fingir más que somos autosuficientes, porque este único hombre judío dice que todos estamos enfermos con el pecado y debemos venir a él para ser curados. Ya no podemos depender más de nuestra propia sabiduría para encontrar vida, porque este único hombre judío, que vivió por 30 años obscuros en un país pequeño en el Medio Oriente, dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”.

Cuando Dios llega a ser hombre, el hombre cesa de ser la medida de todas las cosas, y Este Hombre llega a ser la medida de todas las cosas. Simplemente es intolerable al corazón de los hombres y las mujeres. La encarnación es una violación del proyecto de derechos humanos escrita por Adán y Eva en el huerto del Edén. ¡Es totalitario! ¡Es autoritario! ¡Imperialismo! ¡Despotismo! ¡Usurpación! ¡Absolutismo! ¿Quién piensa Él que es?

¡DIOS!

Por lo tanto la doctrina de la encarnación ha sido desde el principio un examen (criterio de prueba) de la ortodoxia y la autenticidad espiritual. 1 Juan 4:2, 3: “En esto conocéis el Espíritu de Dios; todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios”.

Solo el Espíritu de Dios puede romper nuestra rebelión contra la particularidad autoritaria de la encarnación y hacernos someter con gozo a este hombre judío como nuestro soberano absoluto. Y por lo tanto la confesión que Dios ha venido en la carne es el examen doctrinal de Juan si somos de Dios.

3. Por medio de la encarnación de Jesús, Juan ha obtenido comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

La última parte del versículo 3 dice: “Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. La comunión (koinonia) es una experiencia personal de compartir algo significativo al igual que los demás. Es la alegría de estar en un grupo cuando están de acuerdo sobre lo que importa mucho. Es lo que hace trabajar con Tom y Steve y Dean y Char uno de los deleites más grandes de mi vida. Es lo que da raíz y fibra (carácter) y fruto al matrimonio cristiano.

Entonces decir que tienes comunión con el Padre y con su Hijo significa que compartes sus valores. Crees lo que creen y amas lo que aman. Por lo tanto te deleitas al pasar tiempo junto con ellos. Te encanta incluirlos en todo lo que haces. Aprecias la idea de pasar la eternidad conociéndolos mejor.

Muy prácticamente lo que quiere decir es que repetidamente recordamos porciones memorizadas de la palabra de Dios; y mientras el Señor nos habla una palabra de aviso o de promesa o de guía, oramos por su ayuda para responder apropiadamente y en seguida confiamos en él mientras andamos con él en la luz. Él se te acerca por su palabra. Tú te acercas a él por la oración, y en el poder de la comunión haces su voluntad.

Juan sabe que el regalo de esta comunión es debido a Jesús. Cristo vino y se hizo el amigo de recaudadores de impuestos y pecadores. Ofreció su comunión a cualquiera que estuviera dispuesto a cambiar sus valores y a estimar todo del mismo modo que él. No puedes tener comunión con Jesús si no confías en su juicio. Pero si confías en Jesús, no solo tienes comunión con él, sino también con Dios el Padre. Juan dice en 2:23: “Todo aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre”. La comunión con Dios solo es posible por medio de Jesucristo su Hijo.

Entonces cada vez que alguien da testimonio de la verdad de Jesucristo —quién fue, lo que hizo y lo que estima— la oportunidad existe para que los que oyen el testimonio terminen de rebelarse contra la voluntad de Cristo, acepten sus valores, y comiencen a tener comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo.

4. Por tanto, Juan hace de la proclamación de Cristo la base de su comunión con los otros creyentes.

El versículo 3 dice: “Lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. O al leer el versículo al revés: “Puesto que nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, la única manera en que podemos cultivar comunión con vosotros es proclamaros lo que sabemos sobre el Hijo a quién hemos visto y oído”.

En la Iglesia Bautista Belén hablamos sobre tres prioridades del ministerio: el compromiso con Dios en la adoración, el compromiso de los unos con los otros en el crecimiento mutuo, el compromiso con el mundo en el testimonio. Note que este versículo sustenta claramente la relación entre los primeros dos compromisos. Para experimentar comunión con sus lectores Juan les dice lo que cree sobre Jesucristo. En otras palabras, no hay comunión significativa entre las personas que no creen igual con respecto a Jesucristo. La doctrina compartida [que tenemos en común] es la base de la comunión cristiana.

Cuando Juan quería cultivar comunión con un grupo de personas, les escribe una carta llena de teología. Cuando Pablo quería preparar una comunión misionera para apoyarlo y para enviarlo a España, escribió un libro teológico que se llama Romanos. Si deseas que tu comunión sea más profunda y más fuerte, debes compartir más teología.

Hay muchas lecciones para nosotros aquí. Permítame mencionar tres.

Primero, el gran peligro del movimiento carismático alrededor del mundo hoy (con todo el bien que veo en él) es que a menudo procura preservar la comunión entre creyentes a base de una experiencia compartida antes que a base de la teología compartida. Este no es el camino bíblico, y con el tiempo resultará en la muerte de una experiencia mal cimentada o en el desarrollo de una teología herética para suavizar las deferencias.

Segundo, con seguridad este texto implica que ningún cristiano se debe casar con un incrédulo. La comunión profunda de las cosas más importantes no es posible donde no compartimos el mismo entendimiento y afecto por Cristo.

Tercero, es una gran y triste ironía que como una Convención (Bautista General), que profesa estimar la Biblia, tengamos la reputación de procurar preservar la unidad de la comunión no por exaltar las grandes doctrinas de la Escritura, sino por evitarlas. Cuando Juan quiso cultivar y preservar la comunión de sus lectores, se hizo teólogo. Cuando la Convención quiere cultivar y preservar la comunión, se hace ateóloga. En muchas maneras estamos pagando el precio por esto. Y es una gran tristeza.

Si Dios quiere, escogemos una dirección diferente en Belén. Seremos explícitamente teológicos y siempre a plena vista proclamamos nuestra doctrina. La última cosa que quiero es atraer o mantener miembros por ocultar las mismas características que nos llenan de pasión y celo para la gloria de Dios. Diluir la teología al denominador menos común de la aceptabilidad es la señal de la muerte para la adoración, la ortodoxia, las misiones, la moralidad y el crecimiento. Y la Convención Bautista General tiene problemas en todas esas áreas.

Seamos como Juan. Versículo 3: “Lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros”. ¡Esto es lo que creemos sobre Cristo! ¿Estiman Uds. lo que estimamos?

5. Juan anhela la plenitud de gozo que viene cuando los demás comparten su deleite en la comunión del Padre y del Hijo.

Versículo 4: “Os escribimos estas cosas para que nuestro gozo sea completo”. Yo creo que la Biblia de Las Américas está en lo correcto al aceptar la lectura “nuestro gozo” en vez de la lectura de la Reina Valera 1960 “vuestro gozo”.

Por supuesto, en una iglesia donde una de nuestras características es el hedonismo cristiano, esto no es ninguna sorpresa. Primero sale el gozo tremendo de conocer a Dios y experimentar comunión con él. Pero después tenemos hambre de algo más. No que algo se le pueda añadir a Dios, sino que más de Dios se podría experimentar en la comunión de los santos (Cf. Salmo 16:1-3). Si no fuera la verdad, el anhelo de la comunión sería idolatría. Nuestro gozo en la comunión de Dios se hace completo en el gozo que los demás tienen en la comunión de Dios.

Esta es la esencia del hedonismo cristiano —la doctrina que no solo es permitido sino que es necesario perseguir tu propia alegría en la alegría santa de los demás—. Si hicieras tu meta guiar a un amigo en la comunión de Dios, pero en tu corazón dijeras: “No me importa si él encuentra la comunión con Dios”, serías malo. Dios no quiere que nuestro corazón sea indiferente al bien que buscamos. Dios quiere que nos regocijemos en el bien. Quiere que persigamos nuestro gozo en el bien como Juan lo hizo. “Os escribimos estas cosas para que nuestro gozo sea completo”.

Que doctrina devastadora —enseñar que es incorrecto que un cristiano persiga su propia alegría—. Esta doctrina insulta a Dios que nos manda a deleitarnos en el Señor y estimarlo como gozo cuando pongamos nuestras vidas para compartir ese gozo con los demás.

En resumen:

  1. Cristo, nuestra Vida, ha existido eternamente con el Padre.
  2. Cristo, nuestra Vida, se manifestó en la carne.
  3. Por medio de esta encarnación obtenemos comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
  4. Por tanto, debemos hacer del entendimiento bíblico de Cristo la base de la comunión con los otros creyentes.
  5. Debemos procurar traer a los demás a esta comunión porque anhelamos la plenitud de gozo que viene cuando los demás comparten la delicia que tenemos en la comunión del Padre y del Hijo.
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