Pride & Humility/es

From Gospel Translations

Revision as of 17:00, 17 December 2008

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El orgullo es la idolatría de sí mismo. Es la competencia con Dios como el carácter del orgullo—el reemplazar de Dios con sí mismo—que ha causado que muchos pensadores cristianos consideren el orgullo como el Gran Pecado y el elemento fundamental de todos los pecados. En la Biblia es fuertemente sugerido que el orgullo fue el pecado principal de Satanás. (1 Tim. 3:6), y que de ese orgullo vino toda manera de hostilidad hacia Dios y el hombre: la decepción, la crueldad, el odio, y el deseo malvado. De la misma manera, la caída del hombre occurrió cuando Satanás lo persuadió que pudiera quitarse sus limitaciones humanas y ser “como Dios” (Gen. 3:5). De ese orgullo vino todo lo mal que hacen, dicen y piensan los hombres. Mucho, si no todo, es motivado por el deseo de los hombres y las mujeres o servirse o proteger su lugar al centro de su existencia. Que sea deseo, codicia, ira o indiferencia hacia los otros, no es difícil entender tales pecados como la expresión de adoración de sí mismo. No es que una persona necesariamente niega que Dios es enormemente más grande que sí mismo, sino que admisiones de ese tipo no pueden competir con la autoadmiración virulenta dentro de su corazón.

El pecado peor del orgullo consiste de su deshonestidad impresionante: crear una vista de sí mismo a despecho de los hechos. El orgullo, como lo presentó Aquinas, es una ofense contra la razón correcta. O, como dijo Madre Teresa alguna vez, “Siempre me alegra que mis difamadores dijeran una mentira trivial sobre mí en vez de la entera verdad terrible." Es el testamento de las edades cristianas que los hombres y las mujeres más santas son invariablemente los que son conscientes de modo penetrante de la humillación que sufrirían si jamás los otros descubrieren la enormidad de su fracaso moral.

Samuel Rutherford hablaba para un gran grupo de cristianos cuando escribió, “tal vez me pudieren perdonar la desesperación, si todos en la tierra vieran mi vida interior.”¡Y William Law dijo que preferiría que vaya a la horca y que se tiren su cuerpo en el pantano que permitir que alguien mire dentro de su corazón! Es la desvergüenza más enorme del hombre imaginar que una colección de deseos egoístas e indignos como sí mismo pertenece en el centro, hasta de su vida propia. El carácter insidioso del orgullo es tal que los hombres y las mujeres raras veces aprecian cómo orgullosos/as son, y el índice del poder del orgullo sobre el corazón es que aún los movimientos más puros del alma cristiano son profundamente afectados por él. En efecto, es posible para uno ser orgulloso de su indignidad y las confesiones del pecado o felicitarse en privado por ser "arruinado." Como ya sabe cualquier persona que ha luchado contra el orgullo, uno de los efectos más siniestros es que nos quite el brillo al sentido de agradecimiento por la amabilidad y misericordia de Dios.

Claro que un cristiano nunca diría que merece la salvación, quizá nunca pensaría en ella; pero la dificultad que tiene cada cristiano en estar y quedarse sinceramente asombrado y desconsolado por la gracia de Dios es prueba suficiente del orgullo que todavía llena el corazón. Tenemos muy buena opinión de nuestros mismos; es muy difícil pensar que Dios no la tiene también.

Es el poder y la prevalencia del orgullo como el pecado principal del corazón humano que explica el enfoque en los asuntos de autonegación y humildad en la enseñanza bíblica de la vida cristiana, lo que llama Charles Simeon “madurarse hacia abajo.” No es demasiado decir, como lo dijo Augustín (Cartas, 118), que la humildad es la parte primera, segunda y tercera de la piedad. Dijo que si la humildad no precediera, acompañara, y siguiera cada acción que hagamos, no sería un buen trabajo. Pablo dijo que es en vivir para Dios y para los otros en vez de nuestros mismos—la definición más simple de la humildad en la Biblia--que somos más como Jesucristo (Fil. 2:3-4). Si alguien tan digno de la adoración de todos pudiera dedicarse a las vidas de otras personas, ¿cuánto más debemos nosotros, los pecadores salvados por la gracia, alegremente vivir las vidas de servidores? Y nuestras vidas no pueden ser respuestas adecuadas a la gracia de Dios si no vivimos en comportamiento y corazón como los que saben muy bien que no tenemos nada que no recibimos (1 Cor. 4:7).

Pero matar el orgullo es un trabajo del tipo más difícil de toda la vida. No recibimos ayuda de nuestra cultura. El asunto del orgullo es de poco interés a las industrias de autoayuda y psicología moderna, y felicitarse a sí mismo ha llegado a ser una modalidad artística en la época del "baile de touchdown." Hoy día, es probable que se piensa en la baja autoestima como problema mucho más serio que el orgullo. Pero siempre han sabido los devotos que la bondad verdadera requiere que se mate el orgullo, y aprendieron en su momento que no había una manera suave en que hacerlo. Tenían que picarlo hasta que muriera. Un buen hombre tras otro se ha ordenado en estas o palabras similares: “No hablar de mí mismo”; “Desear ser desconocido”; y “Señor, Líbrame del deseo de justificarme.”

Una vez que llegó a ser un figura celebrado y el objeto de adulación constante, se dice que Francis de Assisi nombró a otro monje para recordarle de sus fracasos y de lo poco que merecía los elogios que recibía. Hay otras razones para confesarnos nuestro pecados constantemente, pero la mortificación de nuestro orgullo es lo más importante. Es trabajo difícil, pero el altruismo de los que son sinceramente humildes es una de las cosas más hermosas en el mundo y uno de los honores más grandes que podemos pagar a nuestro Salvador.