All of Grace/God Justifieth the Ungodly/es

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Quizá eres otro tipo de persona, pues has cumplido con todos los aspectos exteriores de la religión. Sin embargo, nada has hecho de corazón y, por lo tanto, en realidad has sido impío. Te has reunido con el pueblo de Dios, pero nunca lo has encontrado a él mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin amar a Dios de corazón y sin respetar sus mandamientos. Pues bien, tú eres precisamente la persona a la cual este evangelio es proclamado: esta buena nueva que nos asegura que Dios justifica al impío. Es maravilloso y felizmente está a tu disposición. Te cuadra perfectamente ¿no es cierto? ¡Cuánto deseo que lo aceptes! Si eres una persona sensata, reconocerás lo maravilloso de la gracia divina que brinda justificación a personas como tú, y te dirás a ti mismo: “¡Justifica al impío! Pues entonces, ¿no debo ser justificado, y justificado ahora  mismo?”
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Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así: que la salvación de Dios es para los que no la merecen ni están preparados para recibirla. Es natural que la frase esté en la Biblia porque, querido amigo, necesita ser justificado sólo quien carezca de justicia propia. Si alguno de mis lectores es absolutamente justo, no quiere ser justificado. Si éste es tu caso, sientes que cumples bien todo deber y por poco haces al cielo tu deudor por tanta bondad, ¿para qué necesitas tú misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú justificación? A esta alturas estarás ya cansado de mi libro, pues no contiene nada que te interese.
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Si alguno de ustedes esta lleno de un orgullo así, escúchenme un momento. Tan cierto como que viven, van camino a la perdición. Ustedes, justos, saturados de justicia propia, o viven engañados o son engañadores, porque las Sagradas Escrituras que no pueden mentir dicen, y lo dicen claramente: “No hay justo, ni aun uno.” De todos modos no tengo evangelio para predicar a los saturados de su propia justicia –no, ni siquiera una palabra. Jesucristo mismo declaraba que no había venido para llamar a los justos, y no voy a hacer yo lo que él no hacía. Pues si les llamara, no vendrían; y por lo mismo no los llamaré bajo estas condiciones. Al contrario, les suplico que reflexionen sobre su justicia propia hasta descubrir lo falsa que es. Es más insustancial que una telaraña. ¡Deséchenla! ¡Huyan de la misma! Señores, los  únicos que necesitan justificación son los que reconocen que no son justos. Sienten la necesidad de que alguien haga algo para que sean justos ante el tribunal de Dios. Podemos estar seguros de que Dios sólo hace lo necesario. La sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo. Hacer justo a quien ya es justo no es obra de Dios –en todo caso, sería obra de un idiota. Pero hacer justo al injusto es obra del que tiene amor y misericordia infinitos. Justificar al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente así lo es.
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Presta atención ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y valiosos, ¿a quién se enviaría tal médico? ¿A los que gozan de buena salud? Por cierto que no. Si lo ponen en un distrito donde no hay enfermos, se sentirá fuera de lugar. No tiene nada que hacer allí. “Los sanos no necesitan médico sino los enfermos,” dice el Señor. ¿No es igualmente claro que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas?  No sirven para las almas sanas, porque les son remedios inútiles. Si tú, querido amigo, te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el Gran Médico al mundo. Si te sientes completamente perdido a causa del pecado, eres justamente la persona para quien es el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor de amor pensó en personas como tú al crear el sistema de la salvación por pura gracia. Supongamos que una persona generosa resolviera perdonar a todos sus deudores, claramente esto se aplicaría sólo a los que realmente le fueran deudores. Uno le debe mil pesos; otro le debe cincuenta pesos, cada uno tendría que simplemente conseguir que se le firmara un recibo para que su cuenta quedara cancelada. Pero la persona más generosa del mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada deben a nadie. Está fuera del poder del Omnipotente perdonar a quien no tenga nada para perdonar. El perdón presupone que alguien es culpable. El perdón es para el pecador. Sería absurdo hablar de perdonar al inocente, perdonar al que nunca ha faltado.

Revision as of 21:39, 28 July 2008

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¿El impío?

Escucha un sermoncito. Encontrarás el texto en la Epístola a los Romanos, capítulo cuatro, versículo cinco: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.”

Te llamo la atención a las palabras: “Aquel que justifica al impío.” Estas palabras me parecen muy maravillosas.

¿No te sorprende el que haya en la Sagrada Biblia una expresión así: “Aquel que justifica al impío”? He oído que los que aborrecen las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar a los malos y recibir al más vil de los pecadores. ¡Fíjate, cómo este versículo acepta la acusación y lo afirma claramente! Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, se da a sí mismo el título: “Aquél que justifica al impío.” Él justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No es cierto que has pensado siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos que están libres del pecado? Se te ha ocurrido, sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que porque no eres digno, nunca podrás disfrutar de sus favores. Por lo tanto te debe sorprender un poco leer un texto como éste: “Aquel que justifica al impío.”

No me extraño de que te sorprendas, pues aun con toda mi familiaridad con la gracia divina no ceso de maravillarme de este texto. ¿Es muy sorprendente, no es cierto, que sea posible que un Dios santo justifique a una persona impía? Nosotros, según la natural legalidad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y nuestros propios méritos, y nos aferramos tenazmente a la idea de que tiene que haber algo en nosotros para que Dios se ocupe de nuestras personas. Pero Dios que conoce bien todos nuestros engaños, sabe que no hay ninguna bondad en nosotros y declara que no hay justo, ni aún uno. Él sabe que “todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia” y, por ello, el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para traer bondad y justicia a fin de dotar de ellas a las personas que no las tienen. No vino porque somos justos, sino para hacernos justos: él justifica al impío.

Cuando un abogado se presenta ante el tribunal, si es honrado, desea defender al inocente, justificándolo de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor debe ser justificar al inocente y no debe tratar de encubrir al culpable. Tal milagro está reservado sólo para el Señor. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la tierra no hay un justo que haga bien y no peque. Y, por lo mismo, en la soberanía infinita de su naturaleza divina y en el esplendor de su amor inefable, él se aboca, no a justificar al justo sino a justificar al impío. Dios ha ideado maneras y medios para que el impío pueda presentarse y ser aceptado con justicia delante de él. Ha constituido un plan por el cual puede, con justicia perfecta, tratar al culpable como si siempre hubiera vivido libre de pecados, sí, tratarle como si fuera totalmente libre de pecado. Él justifica al impío.

Salvar a los pecadores

Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es algo muy sorprendente, algo maravilloso especialmente para los que disfrutan de esa salvación. Sé que para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que me ha sucedido, a saber, que me justificó a mí. Separado de su amor inmenso, me siento indigno, corrupto, miserable y pecador. Sé con absoluta seguridad que por fe he sido justificado por medio de los méritos de Cristo, y he sido tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores. Yo, completamente indigno, soy tratado como si fuera digno. Me ama con tanto amor como si siempre hubiera sido santo, aunque antes era impío. ¿Quién puede menos que maravillarse de esto? La gratitud por tal favor se reviste de admiración indecible.

Ahora bien, aunque esto es muy sorprendente, deseo que notes cuán accesible hace que sea el evangelio para ti y para mí. Si Dios justifica al impío, entonces, querido amigo, te puede justificar a ti. ¿No es esto precisamente lo que usted es? Si no te has convertido, te cuadra perfectamente la descripción; pues has vivido sin Dios, siendo lo contrario a santo, en una palabra, has sido y eres impío. Probablemente ni has frecuentado los cultos del día domingo, y has vivido sin respetar el día del Señor, su casa, su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, quizá has procurado dudar de la existencia de Dios, y esto hasta el extremo de manifestarlo. Habitas esta tierra hermosa, llena de manifestaciones de la presencia de Dios, pero has cerrado los ojos a las pruebas palpables de su poder y divinidad. Ciertamente, has vivido como si Dios no existiera. Y te hubiera gustado poder probar para tu propia satisfacción la idea de que no hay Dios. Tal vez has vivido ya muchos años de este modo, de manera que ya estás bien afirmado en tus caminos, y Dios no está en ninguno de ellos. Si te llamaran

IMPÍO

te cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llamara agua salada, ¿verdad?

Aspectos exteriores de la religión

Quizá eres otro tipo de persona, pues has cumplido con todos los aspectos exteriores de la religión. Sin embargo, nada has hecho de corazón y, por lo tanto, en realidad has sido impío. Te has reunido con el pueblo de Dios, pero nunca lo has encontrado a él mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin amar a Dios de corazón y sin respetar sus mandamientos. Pues bien, tú eres precisamente la persona a la cual este evangelio es proclamado: esta buena nueva que nos asegura que Dios justifica al impío. Es maravilloso y felizmente está a tu disposición. Te cuadra perfectamente ¿no es cierto? ¡Cuánto deseo que lo aceptes! Si eres una persona sensata, reconocerás lo maravilloso de la gracia divina que brinda justificación a personas como tú, y te dirás a ti mismo: “¡Justifica al impío! Pues entonces, ¿no debo ser justificado, y justificado ahora mismo?”

Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así: que la salvación de Dios es para los que no la merecen ni están preparados para recibirla. Es natural que la frase esté en la Biblia porque, querido amigo, necesita ser justificado sólo quien carezca de justicia propia. Si alguno de mis lectores es absolutamente justo, no quiere ser justificado. Si éste es tu caso, sientes que cumples bien todo deber y por poco haces al cielo tu deudor por tanta bondad, ¿para qué necesitas tú misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú justificación? A esta alturas estarás ya cansado de mi libro, pues no contiene nada que te interese.

Si alguno de ustedes esta lleno de un orgullo así, escúchenme un momento. Tan cierto como que viven, van camino a la perdición. Ustedes, justos, saturados de justicia propia, o viven engañados o son engañadores, porque las Sagradas Escrituras que no pueden mentir dicen, y lo dicen claramente: “No hay justo, ni aun uno.” De todos modos no tengo evangelio para predicar a los saturados de su propia justicia –no, ni siquiera una palabra. Jesucristo mismo declaraba que no había venido para llamar a los justos, y no voy a hacer yo lo que él no hacía. Pues si les llamara, no vendrían; y por lo mismo no los llamaré bajo estas condiciones. Al contrario, les suplico que reflexionen sobre su justicia propia hasta descubrir lo falsa que es. Es más insustancial que una telaraña. ¡Deséchenla! ¡Huyan de la misma! Señores, los únicos que necesitan justificación son los que reconocen que no son justos. Sienten la necesidad de que alguien haga algo para que sean justos ante el tribunal de Dios. Podemos estar seguros de que Dios sólo hace lo necesario. La sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo. Hacer justo a quien ya es justo no es obra de Dios –en todo caso, sería obra de un idiota. Pero hacer justo al injusto es obra del que tiene amor y misericordia infinitos. Justificar al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente así lo es.

Presta atención ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y valiosos, ¿a quién se enviaría tal médico? ¿A los que gozan de buena salud? Por cierto que no. Si lo ponen en un distrito donde no hay enfermos, se sentirá fuera de lugar. No tiene nada que hacer allí. “Los sanos no necesitan médico sino los enfermos,” dice el Señor. ¿No es igualmente claro que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas? No sirven para las almas sanas, porque les son remedios inútiles. Si tú, querido amigo, te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el Gran Médico al mundo. Si te sientes completamente perdido a causa del pecado, eres justamente la persona para quien es el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor de amor pensó en personas como tú al crear el sistema de la salvación por pura gracia. Supongamos que una persona generosa resolviera perdonar a todos sus deudores, claramente esto se aplicaría sólo a los que realmente le fueran deudores. Uno le debe mil pesos; otro le debe cincuenta pesos, cada uno tendría que simplemente conseguir que se le firmara un recibo para que su cuenta quedara cancelada. Pero la persona más generosa del mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada deben a nadie. Está fuera del poder del Omnipotente perdonar a quien no tenga nada para perdonar. El perdón presupone que alguien es culpable. El perdón es para el pecador. Sería absurdo hablar de perdonar al inocente, perdonar al que nunca ha faltado.

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