All of Grace/Concerning Deliverance from Sinning/es

From Gospel Translations

Revision as of 20:29, 29 July 2008 by Kirstenyee (Talk | contribs)
Jump to:navigation, search

Related resources
More By
Author Index
More About
Topic Index
About this resource

©

Share this
Our Mission
This resource is published by Gospel Translations, an online ministry that exists to make gospel-centered books and articles available for free in every nation and language.

Learn more (English).

By About

El pecado es un enemigo poderoso

Aquí diré unas sencillas palabras a los que comprenden la idea de la justificación por la fe en Cristo Jesús, pero cuya dificultad consiste en no poder dejar de pecar. No es posible que nos sintamos felices, reposados y espiritualmente sanos mientras no lleguemos a ser santificados. Es preciso que seamos librados del dominio del pecado. Pero ¿cómo se logra esto? Esta cuestión es de vida o de muerte para muchos. La antigua naturaleza es muy fuerte, y han procurado dominarla y domarla; pero no quiere ceder, y aunque deseosos de mejorarse, terminan peor que antes. El corazón es tan duro, la voluntad tan rebelde, la pasión tan ardiente, los pensamientos tan inestables, la imaginación tan indomable, los deseos tan salvajes que el hombre siente que lleva adentro una cueva llena de bestias salvajes que acabarán por devorarle antes de que llegue él a dominarlas. Respecto a nuestra naturaleza caída podemos decir nosotros lo que dijo el Señor a Job sobre el leviatán: “¿Jugarás con él como un pájaro, o lo atarás para tus niñas?” Más fácil le sería al hombre detener con la mano el viento que refrenar por su propia fuerzas los poderes tempestuosos que moran en su naturaleza caída. Esta es una empresa mayor que cualquiera de los legendarios portentos de Hércules: aquí se necesita a Dios.

Mi problema es que vuelvo a pecar

“‘Yo podría creer que Jesús me perdonaría el pecado,’ dice alguien, ‘pero mi problema es que vuelvo a pecar y que tengo inclinaciones terribles al mal en mi ser.’ Tan cierto como la piedra tirada al aire pronto vuelve a caer, así yo. Aunque por la predicación poderosa sea elevado al cielo, vuelvo a caer en mi estado de insensibilidad. ¡Ay de mí! Fácilmente quedo hipnotizado por los ojos terribles del pecado quedando bajo su encanto, de manera que no escape de mi propia insensatez.”

Querido amigo, si la salvación no se ocupara de esta parte de nuestro estado de ruina, resultaría ser tristemente defectuosa. Deseamos ser perdonados al igual que purificados. La justificación sin la santificación no sería ninguna salvación. Tal salvación llamaría al leproso limpio, dejándole morir de lepra. Perdonaría la rebelión, dejando que el rebelde siguiera siendo enemigo del soberano. Quitaría las consecuencias pero descuidaría la causa, lo que nos enredaría en una tarea desesperada y sin fin. Detendría por un momento el curso del río, dejando abierta la fuente de contaminación, de modo que tarde o temprano acometería con mayor fuerza. Acuérdate que el Señor Jesús vino a quitar el pecado de tres maneras: vino a salvar de la culpa del pecado, del poder del pecado y de la presencia del pecado. Te es posible llegar a la segunda parte inmediatamente. El poder del pecado se puede quebrantar inmediatamente, y así estarás en camino a la tercera parte; a saber, la eliminación de la presencia del pecado. “Sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados.”

El ángel dijo del Señor: “Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” Nuestro Señor Jesús vino para destruir en nosotros las obras del diablo. Lo dicho en el nacimiento de nuestro Señor, fue declarado también en su muerte; porque al abrirse su costado, salió sangre y agua para significar la doble sanidad por la cual quedamos salvos de la culpa y de la contaminación del pecado.

Un corazón nuevo

Sin embargo, si te preocupan el poder del pecado y las inclinaciones de tu naturaleza, como bien puede ser el caso, hay una promesa para ti. Confía en ella, porque forma parte de ese pacto de gracia que ha sido ordenado para todas las cosas y es seguro. Dios, que no puede mentir, ha declarado en Ezequiel 36:26: “Os daré corazón nuevo, pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”

Como ves, en todo entra el Yo divino: Yo –daré –pondré –quitaré –daré. Tal es el estilo real del Rey de reyes, poderoso, quien es poderoso para realizar su soberana voluntad. Ninguna de sus palabras quedará sin cumplir.

Bien sabe el Señor que tú no puedes cambiar tu propio corazón, ni limpiar tu propia naturaleza, pero también sabe que él es poderoso para hacer ambas cosas. Dios puede cambiar la piel del etíope y extraer las manchas del leopardo. Oye esto, y admírate: él te puede crear de nuevo, hacer que nazcas de nuevo. Esto es un milagro de gracia, pero el Espíritu Santo lo hará. Sería un gran milagro estar al pie de las cataratas del Niágara, y con un palabra mandar a la corriente volver atrás y subir el gran precipicio sobre el cual hoy se lanza con prodigioso poder. Únicamente el omnipotente poder de Dios podría hacer esa maravilla. Es un paralelo adecuado a lo que sucedería, si se revirtiera el curso de tu naturaleza. Para Dios todo es posible. Él es poderoso para volver atrás el curso de tus deseos, la corriente de tu vida, de modo que en lugar de bajar alejándote de Dios, suba hacia Dios. Esto es en realidad lo que el Señor ha prometido hacer con todos los incluídos en el pacto, y sabemos por las Escrituras que todos los creyentes están incluidos en él. Leamos de nuevo sus palabras:

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”

¡Cuán maravillosa es esta promesa! Y en Cristo es “el sí” y “el amén” para la gloria de Dios por nosotros. Hagámosla nuestra, aceptémosla como cierta, apropiémonos de ella. Así se cumplirá en nosotros, y en días y años venideros tendremos que cantar del cambio maravilloso que ha obrado la gracia soberana en nosotros.

Muy digno de consideración es el hecho de que, quitando el Señor el corazón de piedra, queda quitado, y cuando lo ha hecho, ningún poder conocido podría jamás quitarnos ese corazón nuevo que nos da y ese espíritu recto que pone en nuestro interior. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios,” es decir sin arrepentimiento, o cambio de parecer, de parte de Dios, no quitando lo que una vez ha dado. Permite que te renueve y quedarás renovado. Las reformas y limpiezas que emprende el hombre pronto pasan, porque el perro vuelve a vómito. Pero cuando Dios nos da un corazón nuevo, nos queda para siempre, ni volverá a ser de piedra. Podemos regocijarnos y alegrarnos eternamente en lo que Dios procede en el reino de su gracia.

Dicho de un modo sencillo: ¿has oído el relato del señor Rowland Hill acerca del gato y el cerdo? Lo contaré en mi propio estilo para ilustrar las expresivas palabras del Salvador: “Os es necesario nacer de nuevo.” ¿Ves ese gato? ¡Qué limpio es! ¿Ves como hábilmente se lava con la lengua y las patas? De verdad, ofrece un bonito espectáculo. ¿Has visto jamás a un cerdo hacer lo mismo? ¡Por cierto que no! Tal cosa sería contra la naturaleza del cerdo. Éste prefiere revolcarse en el fango. Enseña al cerdo a lavarse, y verás qué poco éxito tendrás. Sería una mejora sanitaria de gran valor si los cerdos fueran limpios. ¡Enséñale a lavarse y limpiarse como hace el gato! Empresa inútil. Puedes limpiar al cerdo por la fuerza, pero enseguida volverá al fango, quedando tan sucio como antes. El único modo de hacer que el cerdo se lave como el gato, es transformarlo en gato. Sólo así se lavará y limpiará, pero no antes. Supongamos realizada la tal transformación. Lo que antes era difícil o imposible, ahora es fácil, muy fácil, el cerdo será en adelante apto para entrar en la sala y dormir sobre la alfombra al lado de la estufa. Lo tal sucede con el impío. No puedes forzarlo a hacer lo que el hombre renovado hace de muy buena voluntad. Puedes enseñar bien al impío, dándole un buen ejemplo, pero es incapaz de aprender el arte de la santidad, por cuanto carece de facultad y mente para ello: su naturaleza lo lleva por otro camino. Cuando Dios lo transforma en un hombre nuevo, todo cambia de aspecto. Tan marcado es este cambio que oí a un convertido decir: “O todo el mundo ha cambiado, o he cambiado yo.” La nueva naturaleza sigue en pos del bien tan naturalmente como la vieja naturaleza andaba en pos del mal. ¡Qué gran bendición es obtener esta nueva naturaleza! Únicamente el Espíritu Santo te la puede dar.

¿Has pensado alguna vez en qué maravilloso es que el Señor dé un corazón nuevo y un espíritu recto al hombre? Has visto, quizá, a una langosta que, peleándose con otra langosta, perdió un pata, pero le volvió a crecer una nueva. Cosa admirable es esto, pero muchísimo más maravilloso es que el hombre reciba un corazón nuevo. Esto, sí, que es un milagro, que escapa al poder de la naturaleza. Allí está un árbol. Si cortas una de sus ramas, otra podrá crecer en su lugar; pero ¿puedes cambiar su naturaleza, puedes volver dulce la savia amarga, puedes hacer que el espino produzca higos? Podrás injertarle algo mejor, siendo esto la analogía que la naturaleza nos ofrece de la obra de la gracia; pero cambiar totalmente la savia vital del árbol, sería un milagro de verdad. Tal prodigio y misterio de poder obra Dios en todos los que creen en Cristo Jesús.

Navigation
Volunteer Tools
Other Wikis
Toolbox