A Communion of Confession/es

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Revision as of 20:03, 12 August 2008 by Marialuisa (Talk | contribs)
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¿Cómo sería nuestro culto sin los efectos entorpecedores del pecado? Todos nosotros experimentamos esos momentos dificultosos en el camino — Las mañanas del domingo realmente compiten con nuestro deseo de ir al culto. Llegamos a la iglesia cargados con la preocupación de llevar a nuestras familias a tiempo, cargados con las preocupaciones del mundo — pero sobre todo, cargados con los pecados de la semana, que no hemos enfrentado. Arrastramos todo este peso y luego, de pronto, el ministro dice “Pongámonos de pie para adorar al Señor”. ¿Qué es lo que está mal aquí?

En la superficie, podemos decir que levantarse temprano para ir a la iglesia puede ayudar, y es cierto, pero el tiempo no es el verdadero obstáculo para el culto — sino el pecado. Lo que agota nuestra motivación en el culto es el hecho de que muy a menudo corremos a la presencia de Dios como niños que entran a la casa a cenar todos sucios porque han estado jugando. Aunque podemos no darnos cuenta de eso, el pecado y la suciedad de este mundo se nos pega cuando entramos a la casa de Dios para adorarle. Recordemos la pregunta del salmista, “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño.” (Salmos 24:3–4). El pecado ofende profundamente a Dios. El es demasiado santo para tolerarlo; el pecado entorpece nuestro culto.

¿Entonces cómo podemos ser limpios para estar en Su presencia? Por Cristo y solo por El, tenemos derecho a entrar en la casa de Dios. Por nuestra salvación, Cristo “mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo” (Heb. 9:14). En Cristo ya hemos sido salvos, santos, y limpios. Dios, por su gran amor y misericordia incluso ha declarado que somos hijos suyos en Cristo (Juan 1:12–13). Hemos sido adoptados y se nos ha dado una familia — la iglesia. Estando unidos a Cristo también estamos unidos a todos aquellos que están en unión con El.

Esta es nuestra verdadera familia, aquellos con quienes peregrinamos hacia el cielo prometido por Dios, y con ellos tenemos el gran privilegio de descansar cada día en el arroyo junto al camino que Dios ofrece para preservar las almas de los cansados peregrinos. Dios llama a la familia de su pacto a demostrar el hecho de que hemos sido salvos, santos y limpios en Cristo. Para esto no debemos permitir ningún pecado entre nosotros y Dios, o incluso entre nosotros y los demás. Dios nos dice que cuando pecamos contra El o contra uno de nosotros, tenemos una simple y clara obligación: confesar nuestros pecados.

El solo mencionar la confesión del pecado suena a Catolicismo Romano para muchos. ¿Después de todo, quien confiesa sus pecados hoy? ¿A quién confesaremos nuestros pecados? Las Escrituras tienen respuestas útiles a estas preguntas, y nos indican algunos aspectos de la confesión. El primero es la confesión colectiva del pecado. Muchas iglesias utilizan la lectura de la ley de Dios al comenzar el servicio para que la iglesia se detenga y considere que una vez más está en presencia de un Dios Santo que debe ser reverenciado. A esto generalmente sigue una oración de confesión y la seguridad del perdón, en donde se nos recuerda que aunque hemos roto el pacto con Dios, el escuchará nuestra confesión “perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9) para que podamos adorarle.

El segundo aspecto de la confesión es entre los miembros de la iglesia y sus ancianos. Hoy en día se habla mucho sobre responsabilidad grupal, responsabilidad entre compañeros, conferencias sobre responsabilidad, y así por el estilo. Esto puede ser importante pero no se debe permitir que suplanten el papel de los ancianos en la vida de la iglesia. Dios nos ha dado a los ancianos para que oren por nuestras cargas, para que instruyan a la iglesia cuando fuera necesario, y si, también para ofrecer responsabilidad (Heb. 13:17). Ellos no perdonan nuestros pecados en nombre de Dios, pero nos recuerdan la gracia del perdón de Dios, como pastores en la tierra, siempre deben dirigirnos hacia nuestro Pastor celestial.

El último aspecto de la confesión que debemos considerar es entre los miembros de la iglesia. El pecado a menudo se mete sigilosamente en nuestras relaciones y destruye nuestra unidad. Esto puede suceder entre miembros de una familia y entre los miembros de una iglesia también. ¡Cuando esto sucede, tenemos un reto litúrgico! No podemos adorar cuando estamos enojados con alguien. Sentimos nuestra hipocresía, y nos percatamos de que hemos soltado muy fácilmente la lengua para destruir a aquellos que deberíamos levantar — ¡y ahora nos sentamos junto a ellos en el culto! Así, consideremos que al prepararnos para el culto, primero deberíamos asegurarnos de que no existe ningún pecado secreto en nuestro corazón del que no estemos dispuestos a salir. También debemos asegurarnos de que no haya nada entre nosotros y otros miembros de nuestra familia o de la iglesia. Si existiera, debemos estar dispuestos a confesar ese pecado unos a otros, tal como lo dice Santiago 5:16, y también estar dispuestos a perdonar a aquellos que nos confiesan sus pecados. De esta forma, nuestra comunión con Dios y con otros no se entorpecerá, y cuando lleguemos a la casa de Dios para adorarle, podemos dejar la suciedad afuera.

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