Thoughts for Young Men/Dangers to Young Men/es

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Revision as of 22:06, 11 July 2009 by Kathyyee (Talk | contribs)
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En segundo lugar, hay peligros específicos contra los cuales se necesita advertir a los jóvenes.

1. Un peligro para los jóvenes es el orgullo.

Sé muy bien que todas las almas están en tremendo peligro. Sean ancianos o jóvenes, todos tienen una carrera que correr, una ba-talla que pelear, un corazón que mortificar, un mundo que vencer, un cuerpo que mantener, un diablo que resistir. Y bien podríamos preguntar, ¿quién puede hacer todas estas cosas? Aun así, cada edad y condición tiene sus peligros y tentaciones particulares, y es me-jor conocerlos. Hombre prevenido vale por dos... y ya está armado para la lucha. Ojalá pueda persuadirte de estar en guardia contra estos peligros que voy a mencionar. Si lo logro, estoy seguro que le estaré haciendo un gran favor a tu alma.

El orgullo es el pecado más antiguo del mundo. Es más, antecedió al mundo. Satán y sus ángeles cayeron por orgullo. No estuvie-ron satisfechos con su primer estado. Y fue así que el orgullo dio al infierno sus primeros habitantes.

El orgullo fue lo que sacó a Adán del paraíso. No estuvo contento con el lugar que Dios le había asignado. Trató de elevarse a sí mismo, y cayó. Y fue así que, por orgullo, hizo su entrada el pecado, el sufrimiento y la muerte.

El orgullo se asienta en el corazón de todos nosotros por naturaleza. Nacimos ya orgullosos. El orgullo nos hace confiar en noso-tros mismos, haciéndonos creer que somos suficientemente buenos así como estamos, tapa nuestros oídos para que no escuchemos consejo, nos impulsa a rechazar el evangelio de Cristo, a andar por nuestro propio camino. Pero el orgullo nunca reina con más poder que cuando reina en el corazón de un joven.

¡Qué frecuente es ver a jóvenes testarudos, altaneros e impacientes cuando alguien quiere darles consejos! ¡Son frecuentemente groseros y descorteses con todos los que los rodean, pues piensan que no son valorizados y honrados como lo merecen! ¡Con cuánta frecuencia ni se detienen para escuchar lo que un adulto les sugiere! Se creen que lo saben todo, y, por eso, son muy engreídos. Consi-deran que los mayores, especialmente los de su parentela, son estúpidos, aburridos y atrasados. No quieren ni creen necesitar que les enseñen o instruyan. Según ellos, lo entienden todo. El mero hecho de que les hablen los pone de mal humor. Como los potros, no soportan el menor control. Quieren ser independientes y salirse con la suya. Parece que piensan como los que menciona Job, “Cierta-mente vosotros sois el pueblo, y con vosotros morirá la sabiduría” (Job 12:2). Y todo esto es orgullo.

Así era Roboam, quien rechazó el consejo de los ancianos con experiencia que sirvieron a su padre, y siguió el consejo de los jó-venes de su generación. Vivió para cosechar la consecuencia de su necedad. Y hay muchos como él.

Así era el hijo prodigo en la parábola, que se encaprichó que quería su porción de los bienes que heredaría de su padre, y se fue a vivir su vida. No pudo conformarse con vivir tranquilamente bajo el techo de su padre, sino que se fue a un país lejano para ser su propio señor. Como el niño pequeño que deja la mano de su madre y camina solo, muy pronto tuvo que pagar su necedad. Pensó con más prudencia sólo cuando tuvo que comer las sobras de los alimentos de los cerdos. Pero hay muchos como él.

Joven, te ruego encarecidamente que te cuides del orgullo. Se dice que hay dos cosas muy raras en el mundo: una es un joven humilde, y la otra es un anciano que siente contentamiento. Me temo que este dicho sea muy cierto.

No seas orgulloso de tus propias habilidades, de tus propias fuerzas, de tu propio conocimiento, de tu apariencia, de tu astucia. No seas orgulloso de ti mismo, y de ninguno de tus dones. Todo eso viene de no conocerse uno mismo y de no conocer el mundo. A me-dida que vas madurando y más ves, menos razones encontrarás para ser orgulloso. La ignorancia y la inexperiencia son el pedestal del orgullo; quítale el pedestal, y el orgullo pronto caerá.

Recuerda con cuánta frecuencia la Biblia nos presenta la excelencia de un espíritu humilde. Con cuánta frecuencia nos advierte: “No tenga más alto concepto de sí que el que debe tener” (Romanos 12:3). Qué claro nos dice: “Y si alguno se imagina que sabe algo, aun no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:2). Qué estricto es el mandamiento “¡Vestíos, pues..., de humildad!” (Colosenses 3:12). Y otra vez, “revestíos de humildad” (1 Pedro 5:5). ¡Ay, este es un vestido del cual muchos no parecen si quiera tener un harapo!

Piensa en el gran ejemplo que nuestro Señor Jesús Cristo nos dejó al respecto. Les lavó los pies a sus discípulos diciendo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15). Está escrito “que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico” (2 Corintios 8:9). Y también: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hom-bres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo” (Filipenses 2:7, 8). Ciertamente que ser orgulloso es ser más como el diablo y el Adán caído, que como Cristo. Ciertamente que nunca puede uno ser malo y de espíritu corrupto si es como él.

Piensa en el hombre más sabio que existió. Me refiero a Salomón. Fíjate que habla de sí mismo como “joven pequeño,” como uno que “no sabía como entrar o salir” ni valerse por sí mismo (1 Reyes 3:7, 8). El suyo era un espíritu muy diferente al de su hermano Absalón, quien se creía capaz de hacer cualquier cosa: “¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia!” (2 Samuel 15:4).Y el suyo era un espíritu muy diferente al de su hermano Adonías quien “se rebeló, diciendo: Yo reinaré” (1 Reyes 1:5). La humildad fue el principio de la sabiduría de Salomón. Lo escribe como su propia experiencia. “¿Has visto hombre sabio en su propia opinión? Más esperanza hay del necio que de él” (Proverbios 26:12).

Joven, toma en serio los pasajes que aquí se citan. No confíes en tu propia prudencia. Deja de pensar que siempre tienes razón y que los demás están equivocados. Desconfía de tu propia opinión cuando ves que es contraria a la de tus mayores, y especialmente a la de tus padres. La edad da la experiencia, y por lo tanto merece respeto. Es la característica de la sabiduría de Eliú, en el libro de Job, que “había esperado a Job en la disputa, porque los otros eran más viejos que él” (Job 32:4). Y después dijo: “Yo soy joven, y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declararos mi opinión. Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años de-clarará sabiduría” (Job 32:6, 7). La modestia y el silencio son gracias hermosas en el joven. Nunca te avergüences de ser un aprendiz: Jesús era uno a los doce años; cuando lo encontraron en el templo, estaba sentado “en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles” (Lucas 2:46). Los hombres más sabios te dirán que siempre están aprendiendo, y los llena de humildad comprobar lo poco que saben. El renombrado Isaac Newton solía decir que se sentía que no era mucho mejor que un niñito que había recogido unas cuantas piedras preciosas en la costa de un océano de sabiduría.

Joven, si quieres ser sabio, si quieres ser feliz, recuerda la advertencia que te doy: Cuidado con el orgullo.

2. Otro peligro para los jóvenes es el amor del placer.

La juventud es cuando nuestras pasiones son más fuertes, y como niños descontrolados, clamamos por conseguir lo que quere-mos. La juventud es por lo general cuando tenemos más salud y fuerzas; la muerte nos parece muy lejana, y disfrutar de la vida parece ser lo único que importa. La juventud es el tiempo cuando la mayoría tenemos muy pocas preocupaciones o ansiedades que nos moles-ten. Y todas estas cosas conducen a los jóvenes a pensar exclusivamente en divertirse. “Sirvo sólo a mis deseos y placeres,” es la ver-dadera respuesta que muchos jóvenes deberían dar sí se les preguntara: “¿De quién eres siervo tú?”

Joven, tiempo me faltaría para decirte todos los frutos que este amor al placer produce, y en todas las maneras que daña. ¿Por qué hablar de parrandas, fiestas, borracheras, apuestas, ir al teatro, bailes y tales cosas? Muy pocos pueden decir que no saben al menos algo de esto por amarga experiencia. Todas las cosas que dan un sentir de excitación por un rato, todas las cosas que impiden pensar y mantienen a la mente en un torbellino, todo lo que complace los sentidos y gratifica la carne; todas estas cosas son las que tienen po-der tremendo en nuestras vidas, y deben su poder al amor del placer. Ponte en guardia. No seas como aquellos que describe Pablo: “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:4).

Recuerda lo que digo: lo que mata el alma es dedicarse a los placeres terrenales. No hay camino más seguro para terminar con una conciencia destruida y un corazón endurecido que darle vía libre a los deseos de la carne y la mente. Parece no ser nada al principio pero a la larga se sufren las consecuencias..

Considera lo que Pedro aconseja: Que “os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Destru-yen la paz del alma, quebrantan su fuerza, llevándola al cautiverio, y haciéndola su esclava.

Considera lo que dice Pablo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5). “Pero los que son de Cristo han cruci-ficado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27). Una vez fue el cuerpo la perfecta mansión del alma; pero ahora es corrupto y desordenado, y necesita ser vigilado constantemente. Es una carga para el alma, no una ayuda; un estorbo, no un colaborador. Puede ser un útil servidor, pero siempre será señor malo.

Considera otra vez las palabras de Pablo: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14). “Estas” dice Leighton, “son las palabras que, al leerlas San Agustín, lo transformó de un joven libertino en un siervo fiel de Jesucristo”. Joven, deseo que éste sea tu caso también.

Recuerda una vez más: Si te dedicas a los placeres terrenales, encontrarás que todos ellos son vacíos, insatisfactorios y vanos. Como las langostas en la visión de Apocalipsis, parecen tener coronas en sus cabezas, pero comprobarás, como las mismas langostas, tienen aguijones, verdaderos aguijones, en sus colas. No todo lo que brilla es oro. No todo lo que es bueno es dulce. No todo lo que da placer momentáneo es verdadero placer.

Ve y llénate de placeres terrenales si quieres; pero descubrirás que nunca satisfarán tu corazón. Siempre habrá una voz dentro gri-tando como el caballo en Proverbios “¡Dame, Dame!” Hay en él un lugar vacío que sólo Dios puede llenar. Por experiencia descubri-rás, como Salomón, que los placeres terrenales son sólo vana apariencia, vanidad y aflicción de espíritu, sepulcros blanqueados, bonitos a la vista por fuera, llenos de huesos y corrupción por dentro. Sé sabio a tiempo. Mejor que escribas un rótulo que diga “Vene-no” en todos esos placeres terrenales. Aun el más legal de ellos debe ser usado con moderación. Todos ellos son destructores del alma si les das tu corazón. “El placer,” dice además comentando sobre la segunda epístola de Pedro, “debe tener garantía que será sin peca-do; luego, que su medida será sin exceso”.

Y aquí quiero advertir a todos los jóvenes que recuerden el séptimo mandamiento: que tengan cuidado con la fornicación y el adulterio, y toda clase de impurezas. Me temo que nunca se habla lo suficiente de esta parte de la ley de Dios. Pero cuando veo cómo los profetas y apóstoles manejaron este tema, cuando observo la manera abierta en que los reformadores de nuestra iglesia los denun-ciaron, cuando veo el número de jóvenes que siguen las huellas de Rubén, Ofni, Fineas y Amnón—no puedo, con limpia conciencia, guardar silencio. Y dudo mucho que el mundo sea mejor por el silencio excesivo que prevalece sobre este mandamiento. Por mi parte creo que sería una falsedad y una cortesía nada bíblica, hablarle a los jóvenes y no tocar lo que es especialmente “el pecado del joven”.

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