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Revision as of 11:01, 7 February 2009 by Gaboch (Talk | contribs)
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¿Cuál es la diferencia que la gracia crea cuando dirijo a otros? Un líder que conozca la gracia de Dios sabe que Dios lo ama porque Jesús lo ha reconciliado con Dios a través de la fe. Él establece relaciones honestas basadas en el amor de Dios hacia él y sus dirigidos. El cree firmemente que Dios ama a otros, de tal forma que él empieza a amarlos de forma más profunda y tangible. Y él tiene gran confianza en el poder del amor del Padre para cambiar a sus dirigidos.

La gracia debería marcarme con una visión honesta de una vida de arrepentimiento radical y fe arraigada en la certeza del amor de Dios. A medida que me convenzo, no solamente doctrinalmente sino profundamente en mi corazón, que tengo un salvador intercesor y un Padre amoroso en el cielo, estoy capacitado para actuar con base en estas creencias y mi vida cambia. La nueva honestidad se hace posible porque el amor de Dios me circunda y fortalece para la verdad. La esperanza se acrecienta porque empiezo a confiar en Él para que Yo y los demás cambiemos y así parecernos a Jesús.

Como líder de la iglesia, debo controlar dos cosas de manera consistente. La primera, los otros deben ver la evidencia real del trabajo de Dios para cambiarme y usarme en el ministerio. Ellos necesitan ver mi progreso. La segunda, ellos también necesitan ver el proceso por el cual yo cambio o al menos parte de él. Ellos necesitan ver mi arrepentimiento y levantarme cuando caiga. Como líder, yo controlo el arrepentimiento y el cambio. Eso nos trae a la realidad tanto a mí como a los seguidores.

La gracia también me enseña a amar a los demás de tal forma que pueda construir relaciones profundas con aquellos que dirijo, no únicamente vínculos profesionales. Jesús llamaba a sus discípulos Amigos. Considero que todo discipulado y todo liderazgo verdadero involucran cierta clase de amistad, alguna forma de relación de amor tangible. Nuestros modelos tienden a ser académicos o profesionales donde deben evitarse relaciones emocionales. Pero no veo que Jesús evitara relaciones emocionales con Pedro, Santiago o Juan. Él también les mostró lo que quería decir con amar a Dios el Padre. De alguna forma, muchos cristianos parecen que han captado la idea de que su objetivo primordial es mantener una vida emocional equilibrada cuidadosa y firme; evitar los extremos es una virtud suprema. Pero considero que Jesús fue un hombre apasionado: apasionado con Dios y con los demás.

Los líderes necesitan estimular y fortalecer a los demás en cuanto al evangelio. Cuando recordamos y experimentamos de nuevo el amor de nuestro padre celestial, el regalo y las promesas del evangelio, nuestros corazones se llenan de motivación con algo diferente a la culpa. Optamos por buscar nueva obediencia con pasión. Sin embargo, la obediencia del corazón no es simplemente un asunto de sentimientos. Esta no espera obedecer hasta que su corazón la sienta. Y efectivamente no es la actitud despiadada, árida de quien obedece porque debe cumplir con su deber.

La respuesta de nuestros corazones fríos, el sendero de la nueva obediencia no es el de mejor organización, más "el cómo..." y continuas "revisiones instintivas”. El Evangelio debe ser la fuerza de salvación tanto para la iglesia como para el mundo. El Espíritu Santo yace dentro de mí para convencerme del amor de Dios, para adaptarme a la imagen de Cristo y reafirmar en mí mi adopción. A medida que crezco con el conocimiento del amor de Dios hacia mí, su belleza, presencia y amor, me motiva y fortalece mi dependencia y el surgimiento de la obediencia.

El amor de Dios hacia mí es una motivación poderosa. En la era de los padres desfallecientes, tengo una impresión viva de esta clase de amor en la vida y muerte de mi propio padre hace cerca de dos años. La batalla final de mi padre con cáncer de colon e hígado fue relativamente breve y difícil. Con la ayuda de amigos para desahuciados y médicos, él se había capacitado con sus propias enseñanzas y prácticas como médico, pudo morir en su lecho con los miembros de su familia reunidos y cantando himnos. Yo no estaba allí, puesto que me encontraba lejos. Pero en mi última visita a mi padre, él me dijo varias cosas. El dijo: “Hijo, Te amo. Estoy orgulloso de tí y de lo que has conseguido. Uno de los privilegios más sublimes de mi vida ha sido haberte conocido y haberte tenido como mi hijo.”

¿Ahora que no haría por él? ¿Que no haría para honrar su apellido? ¿Cómo no podría responder con todo mi corazón para complacer a un padre como ese? No todos los padres son como el mío, pero incluso tan bueno como lo fue mi padre, su amor es una sombra opaca del Gran Padre. Mi padre nunca pensó que yo era perfecto. Pero él me amaba. Me corregía e infundía disciplina fielmente. Algunas veces discutíamos pero nunca dudé de su amor hacia mí.

A menudo parece que tememos enseñar lo suficiente sobre la gracia y el amor de Dios para vencer el miedo, los corazones incrédulos y motivar a los cristianos a creer que todo lo que la Biblia nos enseña sobre nuestra adopción y amor de Dios. Tememos acertadamente al emocionalismo irregular o la falta de conocimiento profundo y los sentimientos superficiales que se disfrazan como el poder y la pasión del amor real hacia Dios. Pero estas enfermedades no se curan reteniendo el amor de Dios de sus hijos o desprestigiando la certeza de su amor por el cual Pablo oraba en Efesios 3. El remedio es alimentar a los demás con la creencia en su amor para ellos, un amor que es lo suficientemente poderoso para corregir, cambiar, disciplinar, motivar, fortalecer, liderar y dirigir incluso a los mayores pecadores. El remedio es revelar el banquete de amor que Dios ha manifestado más claramente en la persona y obra de Jesús revelado en el Evangelio de Gracia. “¡Oh!, prueba y verá que el SEÑOR es bueno; bendito sea el hombre que confía en Él!” (Ps. 34:8).

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