All of Grace/How May Faith Be Illustrated?/es
From Gospel Translations
Para aclarar
Para aclarar aun más el asunto de la fe daré aquí algunas ilustraciones. Aunque sólo el Espíritu Santo puede dar vista al ciego, es tanto mi deber como placer proporcionar al lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que abra los ojos ciegos. Haga Dios que el lector pida lo mismo.
La fe es como el ojo, la mano y la boca
La fe es semejante al cuerpo humano. Es el ojo el que mira. Por el ojo introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un instante introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. De la misma manera, por la fe podemos hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro corazón. Solo mira a Jesús, porque contiene la verdad del cántico que dice:
“Hay vida en una mirada al Crucificado...
Hay vida en este instante para ti.”
La fe es la mano que recoge. Cuando la mano recoge y se apropia de algo, hace precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la redención. La fe dice: “Jesús es mío.” La fe oye hablar de la sangre por medio de la cual hay perdón y exclama: “la acepto para que me perdone”. La fe llama suyos los legados del Jesús agonizante y lo son, porque la fe es heredera de Cristo, se dio a sí mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo, de lo que la gracia te ha legado. No la estarás robando, porque tienes el permiso divino: “El que quiere tome del agua de vida gratuitamente.” El que puede conseguir un tesoro sencillamente por recogerlo con la mano, será ciertamente necio si sigue siendo pobre.
La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es preciso tomarlo. Cosa sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca el alimento consintiendo ingerirlo por el aparato digestivo, donde finalmente se absorbe constituyéndose parte del cuerpo. Pablo dice en su carta a los Romanos, capítulo diez: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca.” Entonces, lo que resta es ingerirla dejando que llegue al alma. ¡Ojalá tuvieran los hombres hambre espiritual! Porque el hambriento que ve la comida delante de él, no necesita aprender a comer. “Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad,” dijo alguien. Para lo demás estaba plenamente preparado. En verdad, un corazón hambriento y sediento de Cristo sólo necesita saber que está convidado para recibirle enseguida. Si tú, lector, estás en esta condición, no vaciles en recibirle, pues puedes estar seguro de que nunca serás reprendido por hacerlo: porque “a todos los que le recibieron ... les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Él no rechaza a nadie que a él acude sino que lo recibe y lo autoriza a ser su hijo eternamente.
Las ocupaciones ordinarias de la vida
El comerciante entrega su dinero al cuidado de un banquero, confiando totalmente en su honradez y en la solidez de su banco. Entrega su capital en manos de otro, y se siente más tranquilo que si loa guardara en su propia casa.
El marino se encomienda al mar. Cuando va a nadar quita los pies del fondo y flota confiado en el océano. No podría nadar si no se abandonara totalmente al elemento líquido.
El platero pone su costoso metal en el fuego que parece ávido de consumirlo, pero luego lo saca purificado por el calor.
En cualquier esfera de la vida puedes ver la fe en práctica entre hombre y hombre, o entre hombre y ley natural. Ahora bien, precisamente como en la vida diaria practicamos la confianza, así debemos hacerlo respecto a Dios, según se nos revela en Cristo Jesús.
Diversos grados
La fe existe en diferentes personas en diversos grados según su medida de conocimiento o crecimiento en la gracia. A veces la fe no es más que un sencillo aferrarse a Cristo: un sentimiento de dependencia y de voluntad de depender de él. En la orilla del mar verás ciertos moluscos aferrados a las rocas. Sube suavemente en la roca, pega al molusco con el bastón, y verás cómo se desprende enseguida. Repítelo con otro molusco cercano. Éste ha oído el golpe, ha quedado avisado, y se aferra con toda su fuerza a la roca. No, no lo desprenderás. Pégale tanto como quieras. Antes romperás el bastón que desprender el molusco. El pobre no sabe mucho, pero sabe aferrarse a la roca. No sabe la composición geológica de la roca, pero se aferra a ella. Sabe aferrarse y tiene algo firme a lo cual hacerlo. Ésta es la suma de su conocimiento y lo usa para su seguridad y salvación. Aferrarse a la roca es la vida del molusco, y la vida del pecador es aferrarse a Cristo. Miles de almas del pueblo de Dios no tienen más fe que ésta; saben lo suficiente para aferrarse a Jesús con todo su corazón y toda su alma, y esto basta para su paz actual y para su seguridad eterna. Jesús es para ellas un Salvador fuerte y poderoso, una roca inmovible e inmutable. A ella se aferran vivamente y este aferrarse las salva. Lector, ¿no podrás tu apegarte a Cristo también? Hazlo ahora mismo
La superioridad del otro
La fe se manifiesta cuando una persona confía en alguien por su conocimiento de la superioridad del otro. Esta fe es mayor: fe que conoce y reconoce la razón de su dependencia y obra conforme a tal conocimiento. No creo que el molusco sepa de la roca, pero conforme va creciendo la fe se hace más y más inteligente. Un ciego se entrega a su guía, porque sabe que éste tiene vista y, confiado en él, va por donde su guía le conduce. Si nació ciego no tiene idea de lo que es la vista, pero sabe que existe tal cosa como la vista, y por lo tanto coloca su mano en la mano del guía dejándose llevar. “Por fe andamos, no por vista.” “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” Aquí tenemos tan buena ilustración de la fe como puede haber: sabemos que Jesús posee la virtud, el poder y la bendición que no poseemos nosotros, y por lo tanto nos entregamos a él para que sea para nosotros lo que no podemos ser para nosotros mismos. Nos entregamos a él confiados como ciego al guía, seguros de que nunca abusará de nuestra confianza, ya que “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.”
Todo niño que va a la escuela tiene que ejercer fe al aprender del maestro. Éste le enseña geografía, instruyéndole respecto a la forma de la tierra, las naciones y las grandes ciudades. El niño no sabe que estas cosas son ciertas, a menos que crea en su maestro y en los libros que pone en sus manos. Si quieres ser salvo, esto es lo que te toca hacer con Cristo: sencillamente tienes que saberlo, porque él te lo dice. Tienes que creer que así es, porque él te lo asegura. Tienes que entregarte a él, porque te promete que el resultado será la salvación. Casi todo lo que tú y yo sabemos lo sabemos por fe. Se ha hecho un descubrimiento científico y estamos seguros de él. ¿Por qué razón lo creemos? Por la autoridad de ciertos científicos acreditados. Nunca hemos visto sus experimentos, pero creemos su testimonio. Tienes que hacer lo mismo en cuanto al Señor Jesús: porque él te enseña ciertas verdades, debes ser su discípulo y creer sus palabras; por que él ha realizado ciertas obras debes ser su cliente y confiar en él. Él es infinitamente superior a ti y se te presenta como tu Dueño y Señor pidiéndote que confíes en él. Si lo aceptas a él y a sus palabras, serás salvo.
Nace del amor
Otra forma de fe superior es la que nace del amor.¿Por qué confía el niño en su padre? La razón es que el niño ama a su padre. Bienaventurados y dichosos son lo que tienen una fe en Cristo como la de un niño, entretejida con profundo cariño por él, porque esto es descansar seguro en él. Éstos que aman a Jesús así viven fascinados por la hermosura de su carácter, se gozan de su misión y rebosan de alegría por la bondad y gracia que ha manifestado; así es que no pueden menos que confiar en él, porque tanto le admiran, reverencian y aman.
El camino de la fe que nace del amor puede ser ilustrado de la siguiente manera: una señora es esposa de uno de los médicos más eminentes de la actualidad. La ataca una enfermedad peligrosa que la tiene postrada. Pero está maravillosamente calma y tranquila, porque su esposo se ha especializado en esta enfermedad y curado a miles de enfermos como ella. No se inquieta en lo más mínimo, porque se siente perfectamente salva en las manos de uno tan querido como el esposo, en quien la habilidad y el amor se juntan para dar paso a su máxima expresión. Su fe es natural y razonable y el esposo se la merece en todo sentido. Ésta es la clase de fe que el creyente más dichoso ejerce respecto a Cristo. No hay médico como él, nadie puede salvar y sanar como él. Lo amamos y él nos ama a nosotros, y por ello nos entregamos en sus manos, aceptamos lo que nos receta y hacemos lo que nos manda. Estamos convencidos de que mientras él es el director de nuestros asuntos no mandará nada equivocado, porque nos ama demasiado como para permitir que perezcamos o suframos el más mínimo sufrimiento innecesario.