All of Grace/How May Faith Be Illustrated?/es

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Revision as of 19:44, 31 July 2008 by Kirstenyee (Talk | contribs)
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Para aclarar

Para aclarar aun más el asunto de la fe daré aquí algunas ilustraciones. Aunque sólo el Espíritu Santo puede dar vista al ciego, es tanto mi deber como placer proporcionar al lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que abra los ojos ciegos. Haga Dios que el lector pida lo mismo.

La fe es como el ojo, la mano y la boca

La fe es semejante al cuerpo humano. Es el ojo el que mira. Por el ojo introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un instante introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. De la misma manera, por la fe podemos hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro corazón. Solo mira a Jesús, porque contiene la verdad del cántico que dice:

“Hay vida en una mirada al Crucificado...
Hay vida en este instante para ti.”

La fe es la mano que recoge. Cuando la mano recoge y se apropia de algo, hace precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la redención. La fe dice: “Jesús es mío.” La fe oye hablar de la sangre por medio de la cual hay perdón y exclama: “la acepto para que me perdone”. La fe llama suyos los legados del Jesús agonizante y lo son, porque la fe es heredera de Cristo, se dio a sí mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo, de lo que la gracia te ha legado. No la estarás robando, porque tienes el permiso divino: “El que quiere tome del agua de vida gratuitamente.” El que puede conseguir un tesoro sencillamente por recogerlo con la mano, será ciertamente necio si sigue siendo pobre.

La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es preciso tomarlo. Cosa sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca el alimento consintiendo ingerirlo por el aparato digestivo, donde finalmente se absorbe constituyéndose parte del cuerpo. Pablo dice en su carta a los Romanos, capítulo diez: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca.” Entonces, lo que resta es ingerirla dejando que llegue al alma. ¡Ojalá tuvieran los hombres hambre espiritual! Porque el hambriento que ve la comida delante de él, no necesita aprender a comer. “Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad,” dijo alguien. Para lo demás estaba plenamente preparado. En verdad, un corazón hambriento y sediento de Cristo sólo necesita saber que está convidado para recibirle enseguida. Si tú, lector, estás en esta condición, no vaciles en recibirle, pues puedes estar seguro de que nunca serás reprendido por hacerlo: porque “a todos los que le recibieron ... les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Él no rechaza a nadie que a él acude sino que lo recibe y lo autoriza a ser su hijo eternamente.

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