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Estaba en el instituto, tenía mi primer empleo y por primera vez, tuve que hacer frente a un gran problema fuera de mi hogar. Mis compañeros de trabajo robaban y dañaban el material. Sabía quién era el culpable pero el jefe no. Yo no quería formar parte de lo que estaba pasando ni que me culpasen a mí por algo que no había hecho. Tenía que hablar con mi jefe y quizás con mis compañeros, pero estaba asustado. Reuní el valor suficiente para contarle a mi padre lo que estaba ocurriendo. Él se mostró de acuerdo en que tenía que hablar con los implicados y entonces me dijo: “Hijo, intenta elegir tus palabras con atención”; fue una buena forma de resumir lo que significa hablar con dominio y con propósito.

Hablar palabras de redención es elegir nuestras palabras con atención. No se trata sólo de las palabras que utilizamos sino de las que decidimos no utilizar. Hablar palabras de redención es estar preparado para decir lo correcto en el momento adecuado y con dominio propio. Hablar palabras de redención es no dejarnos llevar por las pasiones o los deseos personales, sino hablar teniendo presente el propósito de Dios. Se trata de ejercitar la fe necesaria para lo que Dios hace en ese momento.

Cuando las palabras destruyen.

Sam y Belinda eran una pareja con mucho conocimiento mutuo y sin embargo nunca habían podido resolver los problemas de su relación. Cuando comenzamos a reunirnos, tenían serias dificultades en su matrimonio. Desde hacía dos años, Sam se había ido de casa en tres ocasiones desde dos semanas hasta un mes. Belinda se fue en una ocasión a casa de sus padres para prolongar sus "vacaciones". Aquí teníamos a un matrimonio cristiano, casado durante 20 años, con un sólido conocimiento de las Escrituras y el uno del otro, y aún así no eran capaces de poner solución a sus problemas.

La primera vez que nos reunimos, la tensión no se podría haber cortado con un cuchillo… ¡se hubiera necesitado una motosierra! Sam estaba tan enojado que en cuanto terminé de orar, se levantó y dijo: “¡No sé qué hago aquí! Sé perfectamente qué es lo que no funciona en nuestra relación; se lo he dicho a Belinda cientos de veces. Ella se niega a aceptarlo y se hace la víctima. No tengo ningún interés en sentarme aquí y volver a recordar todas las horribles cosas que han pasado entre nosotros durante los últimos 20 años! ¡Simplemente no puedo!”. Y dicho esto se marchó. Me disculpé ante Belinda y salí tras él hasta llegar a su coche donde al final logré convencerlo para que volviese.

Había mucha verdad en lo que Sam había dicho. Realmente sí conocía los problemas de su matrimonio. Muchas veces le había dicho a Belinda cosas que ella no quiso escuchar. Belinda sí se hacía la víctima en esos momentos de enfrentamiento. Sam se había visto obligado a tener que recordar una y otra vez las desagradables escenas que habían tenido lugar entre ellos. Y a pesar de todas las charlas y análisis, Sam no había sido otra cosa que un instrumento para cambiar la vida de Belinda. En realidad, el fruto de las palabras de Sam era una esposa victimista más resentida que nunca. Con todo lo que la conocía, Sam nunca formó parte de lo que Dios buscaba obrar en la vida de Belinda. Al contrario, se interpuso en la obra del Señor, brindándole una y otra vez grandes oportunidades al diablo.

Tanto Belinda como Sam habían traído consigo cosas al matrimonio que contribuyeron a sus problemas. El padre de Belinda era un hombre extremadamente crítico y legalista. Cada noche a la hora de cenar, Belinda era testigo del maltrato verbal que sufría su madre cuando su padre criticaba su trabajo en casa, su manera de cocinar, sus palabras, su apariencia e incluso su voz (“esa voz de rata quejica”). Había muchas noches en las que Belinda lloraba hasta quedarse dormida o se quedaba pensando en cómo devolverle a su padre el dolor que le estaba provocando a su madre.

Cuando comenzaron a salir, Sam se dio cuenta de que Belinda solía ser demasiado susceptible y eso le molestaba a veces, pero intentaba pasarlo por alto porque había otras muchas cosas que le gustaban de Belinda. No se imaginaba que se iba a casar con una mujer resentida, auto protectora, llena de miedos, y decidida a hacer todo lo que fuera necesario para no caer en el "infierno" que su madre había vivido.

Al revés, los padres de Sam mantuvieron una magnífica relación. A menudo se prodigaban muestras de cariño. Si discutían, no sólo se pedían perdón mutuamente sino que también se disculpaban ante cualquier hijo que hubiera presenciado la discusión. En la familia de Sam, un fracaso no era el fin del mundo sino lo contrario, te alentaban a levantarte e intentarlo de nuevo. Sam siempre deseó tener un matrimonio como el de sus padres. Soñaba con esa maravillosa época como es la navidad alrededor del árbol, siendo él ahora el padre. Se casó con Belinda con ese sueño en mente.

Casar a Sam y Belinda no fue una equivocación en la soberanía de Dios. Se trataba del sabio propósito de redención de Dios utilizar su relación como taller para Su continuo trabajo de santificación. En esta relación, sus corazones iban a exponerse y a ser cambiados; este era el propósito de Dios. Sin embargo Sam no se casó con los ojos puestos en el Evangelio sino en su sueño. Belinda tampoco se casó con los ojos puestos en el Evangelio sino en sus miedos. Por lo que ninguno de los dos pensó o habló palabras de redención cuando Sam comenzó a ver su sueño desmoronarse y Belinda sus miedos hacerse realidad.

Sí; Sam sabía que Belinda siempre parecía predispuesta a oír críticas incluso donde no las había. Y Belinda sabía que Sam siempre parecía decepcionado porque su familia no se correspondía con la familia de sus sueños. Pero a pesar de todo su conocimiento mutuo, las cosas entre ellos se fueron degenerando mientras pasaban los años. Las palabras alrededor de sus problemas solo iban añadiendo capas de dolor y complicación. En lugar de exigirse cambiar, Sam y Belinda necesitaban aprender el significado de hablar palabras de redención ante la decepción, el dolor, el fracaso y el pecado: situaciones que son comunes en un mundo decadente.


Por qué destruyen las palabras.

¿Cómo podemos entender la incapacidad de Belinda y Sam para resolver los problemas de su relación? ¿Cuál es su camino hacia el cambio? ¿Qué significado tiene tanto para ellos como para nosotros elegir nuestras palabras, hablar palabras de redención?

Hay un pasaje concreto de Gálatas que da una explicación a la relación de Sam y Belinda, seguido de otro que indica cómo cambiar. Ambos pasajes definen lo que significa “elegir nuestras palabras” para que podamos formar parte de lo que el Redentor está haciendo en nuestra vida y en la de los demás.

Veamos primero qué ha ido mal en la relación de Belinda y Sam. El pasaje para el diagnóstico será Gálatas 5:13-15:

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO. Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros.

Las tres partes de las que consta este pasaje pueden ayudarnos a comprender qué va mal en la relación de Sam y Belinda, especialmente en lo que concierne a la comunicación.

1.“Sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.

Si ustedes le hubiesen preguntado a Belinda y a Sam si su relación era un pretexto para la carne hubieran respondido "no" automáticamente; pero hubieran estado automáticamente equivocados. El mandamiento del amor no daba forma a su relación y a su comunicación. Carecían gravemente de la actitud de servicio que se exhorta en este pasaje.

No le preguntaron a Dios cómo podían actuar para alentar al cónyuge y apoyar lo que Dios estaba haciendo en la vida del otro. No consideraron cómo podían “estimularse el uno al otro al amor y a las buenas obras” (He. 10:24). No buscaron el modo de consolarse, alentarse, advertirse o enseñarse el uno al otro. No consideraron las dificultades como una oportunidad para ministrar la gracia de Dios. No buscaron el modo de ayudarse a llevar su carga. No eligieron palabras que alentaran la unidad, el amor y el servicio mutuo; Sam y Belinda esperaban ser servidos. Él quería disfrutar de su sueño y ella aislarse de sus miedos. Por lo tanto, no buscaban maneras de servir.

Aquí es donde este pasaje nos ayuda especialmente porque nos dice que lo contrario a servir por amor no es la ausencia de amor o de servicio, ¡sino la satisfacción activa de la carne! O vivo como un servidor del Señor y acepto Su llamado a servir a los que están a mi alrededor o vivo para complacer las ansias de la carne y espero a que los demás también lo hagan. Aunque al principio Belinda y Sam no lo habrían admitido, finalmente comprendieron que habían comenzado su relación con deseos egoístas como centro de la misma.

Sam perseguía su objetivo por la familia y la esposa perfecta. A causa de ello, en seguida comenzó a sentirse decepcionado y enojado cuando vio a Belinda como un obstáculo para conseguirlo. Belinda se casó con el objetivo personal de auto protección. Su continua fijación en ella misma (¿cómo me está tratando el mundo?) dominaba su relación y su comunicación con Sam. A causa de este objetivo de auto protección, cualquier cosa que Sam hacía o decía la tomaba aparte para encontrar siempre algo que fuera insensible, criticable, negligente o "blasfemia". Entonces, en su decepción, con su ira arremetía contra él.

Santiago 4:1-2, explica la manera en la que los deseos de Belinda y Sam afectaban a la dinámica de su relación. "¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis”. La suya era una relación de conflictos constantes porque sus corazones estaban gobernados por las pasiones de la carne. Santiago habla sobre las pasiones que combaten en el cuerpo, pasiones que declaran la guerra para ejercer el control sobre las personas, los recursos, el "territorio". La batalla entre el deseo por la familia perfecta y el deseo de auto protección se había adueñado del matrimonio de Sam y Belinda. El resultado, como describe Santiago, era de conflicto continuo.

2.“Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”.

Esto también nos proporciona una perspectiva muy importante para la relación. Los problemas en la relación de Sam y Belinda no eran primordialmente horizontales (de persona a persona) sino primordialmente verticales (de la persona a Dios). Si estoy viviendo para la gloria de Dios, si este es mi objetivo personal antes que mi propia felicidad, si mi amor por Él permanece por encima de mi amor por cualquier cosa o persona, incluyéndome a mí mismo, entonces mi objetivo real en la vida será agradar a Dios en todo lo que haga y diga allá donde quiera Él que yo esté. De tal compromiso con Dios que sale del corazón, se desprende un fruto seguro: que amaré a mi prójimo como a mí mismo. El Primer gran mandamiento siempre precede y determina el cumplimiento del Segundo. Nunca podré amar a mi prójimo como a mí mismo si primero no estoy amando a Dios sobre todas las cosas.

Aquí Santiago 4 es otra vez útil. En el versículo 4, en medio de la discusión sobre las causas y las soluciones a los conflictos del hombre, Santiago introduce el concepto de adulterio espiritual. El adulterio se produce cuando el amor que prometimos a una persona se lo damos a otra. El adulterio espiritual se produce cuando el amor que le pertenece a Dios se entrega a cualquier otro aspecto de la creación (véase Romanos 1:25). Santiago dice algo inmensamente útil en tanto que intentamos comprender la relación entre Belinda y Sam: ¡la raíz del conflicto entre hombres se encuentra en el adulterio espiritual! Cuando un deseo por algo sustituye al amor de Dios como la fuerza que controla mi corazón, obtendré conflictos en mis relaciones como resultado. El conflicto tiene una raíz vertical que produce frutos horizontales como la pelea y la discusión. Tener un amor por Dios que me haga querer guardar Su ley siempre tendrá como resultado un amor real hacia mi prójimo.

3.“Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros”.

Esta última parte de Gálatas 5 es una acertada descripción de las conversaciones diarias entre Belinda y Sam. Uno a otro se mordía y devoraba con palabras. Nunca se estableció, ni se reforzó o alentó la comunicación. En su lugar, se especializaron en lanzarse dardos el uno al otro. Sam conocía las partes sensibles y vulnerables de Belinda y atacaba ahí cada vez que se interponía en su sueño. Belinda conocía donde podía herir a Sam, y devorar sus alegrías o esperanzas con unas precisas palabras.

Las palabras de ambos eran críticas, condenatorias, manipuladoras, amenazantes, sentenciosas, egoístas, maliciosas, exigentes, despiadadas y vengativas. De sus palabras se desprendía que más que necesitar un cambio radical en su vocabulario, Sam y Belinda necesitaban un cambio radical en el corazón, lo que cambiaría primordialmente el modo de dirigirse el uno al otro.

La cuestión no era que tenían problemas cuando se casaron. Eso nos pasa a cada uno de nosotros; además Dios diseñó el matrimonio así. El acto más importante en las relaciones humanas existe fundamentalmente como medio para Su continuo trabajo de santificación y no para nuestra satisfacción, sino para que podamos ser para alabanza de Su gloria. No es casualidad que la relación humana más importante (el matrimonio) ocurra durante el proceso más importante de la vida (la santificación). ¡Dios lo ha determinado así para Su gloria y para el bien de Sus hijos!

Sería un error que Sam y Belinda dijesen que su matrimonio acabó en ese estado tan horroroso porque estaban maldecidos con problemas inusuales. El problema no era que tuvieran problemas. La cuestión principal era el modo en el que los deseos de su corazón dictaban sus reacciones durante los problemas. Puesto que vivían para ellos mismos y no para Dios, se mordían y devoraban el uno al otro hasta llegar a destruirse. Sam había expresado dudas acerca de la fidelidad y el amor de Dios y Belinda había dejado de acudir a la iglesia con él. La fe de ambos yacía herida bajo las ruinas del conflicto.

Hebreos dice que la Biblia es poderosa para discernir “los pensamientos y las intenciones del corazón” (He.4:12), y Gálatas 5 hace exactamente eso con Sam y Belinda. Su relación no estaba gobernada por la ley del amor sino por los deseos de la carne. Como Dios no tenía el control, se enfrentaban a cada situación esperando poder cumplir sus propios sueños, deseos y exigencias. En su enojo y decepción, se mordían el uno al otro con palabras. Sus palabras rompían la estructura de su relación porque la estructura de su fe ya se había roto en sus corazones.


Hablar palabras de redención en un mundo de pecado.

Sam y Belinda nos muestran que hablar palabras de redención no es una cuestión superficial acerca de elegir las palabras adecuadas, sino un compromiso fundamental del corazón para elegir las palabras que promuevan la obra de Dios en una situación concreta. Belinda y Sam habían olvidado la verdadera guerra que se esconde tras las disputas de los hombres. Habían comenzado a pensar que su batalla era con sangre y carne, por lo que se peleaban para conseguir los sueños que estaban afianzados en sus corazones. Las palabras eran su principal arma. ¿Qué hubiera significado para Sam y Belinda hablar palabras de redención ante esta situación?

Gálatas 5 continua dándonos respuestas útiles: “Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo (Gálatas 5:16-6:2).

Este pasaje proporciona una guía paso a paso de lo que significa hablar palabras de redención. Recuerden que hablar palabras de redención no quiere decir que ignoremos las preocupaciones reales de la vida; no podemos porque vamos a encontrarlas cada día. Al contrario, con palabras de redención le hablamos a esas preocupaciones de un modo que promueva los intereses del Rey de las siguientes formas:

1. Hablar con palabras de redención comienza cuando reconocemos la batalla interior (véanse versículos 16,17). Mientras que el pecado siga morando en nosotros, habrá una batalla en nuestros corazones (Ro. 7:7-15, Ef. 6:10-20, Santiago 4:1-10). Debemos vivir siempre conscientes de este conflicto porque olvidar la presencia y el poder del pecado en nuestro interior nos llevará inmediatamente a tener problemas con nuestras palabras. Este es el conflicto, de donde parten todas las batallas que peleamos. Nunca deberíamos ceder ante el pensamiento de que nuestra principal batalla es con sangre y carne (véase Ef. 6:10-12).

No debemos permitirnos ver a nuestro marido, esposa, padre, hijo, hermano, hermana o amigo como el enemigo. Cuando lo hacemos, nuestro objetivo se vuelve en dirección horizontal, y las palabras de redención salen por la ventana. Solamente existe un enemigo que está maquinando, manipulando, tentando, decepcionando y enmascarando para que olvidemos la verdadera batalla y tentándonos a sucumbir a los deseos de la carne. Cuando hablamos conscientes de la verdadera guerra espiritual interior, frustramos el trabajo del enemigo.

2. Hablar palabras de redención significa no satisfacer nunca cuando hablamos los deseos de la carne (véase versículo 16). Todos nosotros luchamos contra un conflictivo catálogo de deseos. Cuando algo ha ido mal, puede que deseemos encontrar una solución apropiada de Dios, pero hay otros deseos que también están funcionando. Puede que deseemos ver quién tiene la culpa o quitarnos responsabilidad. Puede que deseemos recordar todas las veces que esta persona nos ha fallado o que sufra como nosotros sufrimos. Puede que deseemos compartir su fracaso con otra persona. Puede que tengamos celos de alguien que se esté llevando la atención que creemos merecer. Puede que estemos resentidos o llenos de odio hacia alguien que nos ha fallado una y otra vez. Puede que estemos llenos de ira.

Hablar palabras de redención significa decir no a cualquier conversación que derive de estos deseos. Hablar con redención no comienza por examinar la situación, la necesidad de la persona(s) con la que tenemos que hablar, o los pasajes de las Escrituras que nos indicarían lo que deberíamos decir. No; hablar palabras de redención comienza con un auto examen.

3. Hablar palabras de redención significa rechazar las palabras que sean contrarias a lo que el Espíritu está intentando producir en mí y en los demás (véanse versículos 16-18). Como cristiano, lo más importante en mi vida es que se complete la obra de Dios en mí y en los demás para alabanza de Su Gloria. No quiero obstaculizar lo que como Redentor está haciendo en los pequeños momentos de la vida. Reconozco que finalmente esos momentos no me pertenecen a mí sino a Él. Son el taller en los que realiza Su obra de santificación y mi tarea es ser un instrumento útil en Sus manos redentoras. Cada vez que hablo con los deseos de mi carne, me estoy comunicando de una manera que va en contra de lo que el Espíritu está intentando producir en mí.

4. Hablar palabras de redención supone una disposición a examinar cómo están presentes los frutos de la carne en mis palabras (véanse los versículos 19-21). Si quiero vivir de manera consecuente con la obra que el Espíritu está haciendo en mí y no dejar espacio al enemigo, tengo que estar dispuesto a examinar mi forma de hablar delante del espejo de la Palabra de Dios. Yo quiero que “las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón” sean gratas delante del Señor (salmo 19:14), por tanto voy a buscar si hay palabras de envidia, celos y orgullo. Voy a buscar palabras sectarias, de disensión y división; palabras de enojo, ira, malicia y odio; palabras egoístas, de autojustificación, de auto protección y defensivas. Palabras que muestren impaciencia, irritación, ausencia de perdón, desagrado y ausencia de mansedumbre. Busco palabras groseras o materialistas.

No me examino con una actitud de auto crítica morbosa y desalentadora; lo hago con alegría, dándome cuenta de que gracias a la presencia del Espíritu Santo en mi interior, no tengo que vivir bajo el control de la carne (Ro. 8:5-11). ¡Con gozo, busco agradarle a Él sea como sea y en cualquier situación! Quiero hablar de una manera digna de la vocación con que he sido llamado (Ef. 4:1).

5. Hablar palabras de redención significa decir “no” a cualquier razonamiento o argumentos de auto suficiencia o de búsqueda de culpabilidad que justifique palabras contrarias a la obra del Espíritu, o que haga que mis palabras sean adecuadas o aceptables para una persona del mundo (véanse versículos 19-21). Yo era un joven pastor de una pequeña congregación conflictiva y con una enorme necesidad de consejo. Me parecía que nunca había un momento de tranquilidad en casa antes de que me estuviera llamando alguien para contarme la última, gran crisis. Tenía pavor de escuchar el teléfono por la noche y más aún de las palabras: “Paul, te llaman". Aunque no me diera cuenta, poco a poco veía a ciertas personas de la congregación como obstáculos para lo que yo quería hacer en lugar de instrumentos del llamado del Señor, que con gozo yo había aceptado. Recuerdo que cuando me llamaban le decía a mi mujer: ¡¿Quién es ahora?! Y luego respondía con una amistoso y pastoral: “Holaa”.

Un sábado por la tarde que pasaba en casa con mi mujer y mis hijos recibí una llamada de un joven que estaba desesperado. Llevaba mucho tiempo en esa situación y parecía tener el don de llamarme en los momentos más inoportunos. Siempre se mostraba desanimado, siempre estaba pidiendo ayuda y sin embargo siempre que se le ofrecía se resistía a aceptarla. Nada parecía darle resultado; afirmaba que lo había intentado todo. Se encontraba en uno de los cutres moteles de la zona diciendo que iba a poner fin a su vida de una vez por todas. Decía que a menos que tuviera una razón para vivir, se suicidaría antes de que acabase el día. Averigüé donde se alojaba, le pedí a mi mujer que orase y me fui en coche a hablar con él.

Durante el camino oré y sabía que mi mujer estaba orando pero había una guerra librándose en mi interior. ¡Yo era ese conflictivo catálogo de deseos! Realmente no me gustaba ese hombre. Me disgustaba esa actitud abatida, su voz quejica. Me disgustaba esa necesidad de tener que ser siempre el centro de atención. Odiaba la manera en la que había escupido mis consejos cada vez que se los había ofrecido. Me molestaba el tiempo que le había robado a mi familia y a otros ámbitos de mi ministerio. Y me enfadaba pensar que tenía que ir una vez más a rescatarlo. Mientras iba conduciendo, mis pensamientos iban y venían en la guerra entre la responsabilidad pastoral y el resentimiento personal.

Cuando llegué al motel nos sentamos en una habitación sucia que olía a humo y a sudor. Me contó su típica letanía de quejas. Comencé a contestarle con verdades del evangelio cuando me interrumpió y me dijo: “¿No irás a soltarme ese rollo otra vez, no? ¿No tienes nada nuevo que contarme?". No podía creer lo que estaba oyendo. Ahí estaba yo permitiendo que mi familia se preocupase por él, y ¡él se estaba burlando de mis esfuerzos por ayudarle sin ningún agradecimiento! Perdí. Cedí a la rabia que había estado acumulando durante semanas. Lo puse verde de arriba abajo. Le dije todo lo que la congregación y yo pensábamos de él. Lo culpé de todo lo que pude; le dije que moviera el trasero e hiciera algo bueno para cambiar, oré por él (!) y me fui. Iba furioso de camino a casa.

La condena no tardó mucho tiempo en aparecer mientras conducía de camino a casa. Tampoco tardaron los razonamientos y los argumentos de auto disculpa. Cuando llegué a casa, estaba convencido de que había hablado como uno de esos antiguos profetas proclamando en un lugar de rebelión y pecado un "así dice el Señor". Me había auto convencido de que Dios usaría ese dramático momento de verdad para crear un cambio permanente en la vida de ese hombre. Cuando entré en casa, mi mujer que había estado orando, me preguntó cómo fue todo. Le dije que nunca le había hablado a nadie de mi ministerio con tanta brusquedad como a aquel hombre. Me aseguré de que le contaba la analogía del profeta. Y enseguida me respondió: “suena como si te hubieras enojado y hubieras explotado”. En el momento en que pronunció esas palabras, vi claramente mis argumentos de auto suficiencia como lo que eran y me llené de remordimientos. Conforme aparecía, Dios utilizó la confesión posterior de mi propio pecado y la batalla con ese hombre para comenzar a cambiarlo.

Dios quiere que escuchemos palabras contrarias a la obra del Espíritu pero también que escuchemos la manera en la que racionalizamos palabras carnales para aceptarlas en nuestra conciencia.

6. Hablar palabras de redención significa hablar “andando por el Espíritu” (véase versículo 25). Andar por el espíritu significa tener un compromiso por hablar de manera consecuente con Su obra en mí y que promueva Su obra en otra persona. En este pasaje, la obra del Espíritu está bastante clara. Está trabajando para cosechar en nosotros conforme al carácter de Cristo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio. Hablar andado por el Espíritu significa que como acción de sumisión y fe, mantengo mis palabras a la altura de estos frutos espirituales. Y descubro en las dificultades de la vida, oportunidades soberanas para ver por Su gracia este fruto maduro en mí. Las dificultades no son obstáculos para el desarrollo de este fruto sino ocasiones para verlo crecer.

Hace años había un hombre en nuestra congregación que era bastante crítico con mi ministerio. Me revolvía por dentro cada vez que lo veía o incluso pensaba en él. Recuerdo lo aliviado que me sentía cuando llegaba a la iglesia y me daba cuenta de que no estaba allí. También era consciente de que no se guardaba sus comentarios para él; había comenzado a reunir a personas del mismo parecer. Nuestra congregación no era grande y por tanto el descontento era cada vez más evidente. Decidí que era hora de preguntarle a ese hombre si podíamos hablar. Le dije a mi esposa que estaba pensando en hablar con Pete (no es su nombre real) y enseguida me preguntó lo que iba a decirle. Mientras le iba contando lo que pensaba, me di cuenta de que mi esposa no estaba de acuerdo por lo que le pregunté la razón. Ella me dijo: "Paul, antes de que trates con él tienes que tratar contigo mismo. Me da la impresión de que odias a ese hombre. No creo que resulte nada bueno de tratar con él y con sus equivocaciones hasta que no trates con tu propia actitud”.

Quería creer que Luella no era sino otra persona que me malinterpretaba y me juzgaba mal; pero no era así. Nunca me habían hablado más claro. Odiaba a ese hombre. Odiaba el efecto controlador que ejercía sobre mí. Odiaba que hubiera puesto a otros en mi contra. ¡Odiaba que a causa de sus críticas me cuestionara todo lo que hacía como pastor! Odiaba cómo había destruido el sueño por mi ministerio y por nuestra congregación. Odiaba su sonrisilla arrogante. Realmente no quería tratar con él. ¡Sólo quería que saliera de mi vida!

Luella tenía razón. No me encontraba en condiciones de ser un instrumento del Espíritu en la vida de Pete. No me encontraba en situación de hablar palabras de redención. Estaba andando sin el Espíritu completamente respecto a esta relación. Necesitaba tratar primero conmigo; necesitaba examinar mi corazón y confesar el pecado que había allí, y necesitaba determinación para hablar de un modo consecuente con el fruto que el Espíritu estaba produciendo en mí.

Conforme examinaba mi corazón, salían muchas más cosas que necesitaba cambiar de las que jamás había pensado. Mi problema no era tan solo odio e ira, sino pecados a un nivel más profundo. Mucho de lo que había estado motivándome en el ministerio no había sido la obra de Dios sino mi deseo personal. Había soñado con establecer un ministerio en una zona difícil y tener más éxito que nadie. Había soñado con ser muy respetado por una congregación cada vez más numerosa y con el tiempo, por toda la comunidad cristiana. Había soñado con un gran crecimiento del número de miembros, con construir unas instalaciones grandes y modernas, y con liderar a la “iglesia influyente” de la zona. Sobre todo, había soñado con que yo sería considerado como el único responsable de todo.

¡Odiaba a ese hombre porque él tenía razón! No en la forma con la que trató sus ideas sobre mi ministerio, pero sí en su opinión sobre mi orgullo. Realmente me encantaba ser el centro de atención de cualquier reunión. Realmente yo tenía la última palabra en cada tema. Me frustraba cuando la gente era un obstáculo para mis novedosos programas. Odiaba que las cosas avanzaran lentamente y que la gente fuera tan negativa. Y estaba luchando contra Dios por haberme puesto en ese sitio tan difícil.

El mismo hombre que odiaba comenzó a convertirse en un instrumento de rescate en las manos del Señor. A través de Pete, mi sueño arrogante y egoísta comenzó a morir. Bajo el fuego de esta prueba, Dios me mostró de otra manera el pecado de mi corazón. Me tomé varios días para examinarme a mí mismo y esta situación durante los cuales comencé a estar agradecido por el mismo hombre que había odiado. No estaba agradecido por su pecado sino por la manera en la que Dios lo había usado en mi vida. Conforme me volvía agradecido, empecé a escuchar lo que Pete había dicho sobre mí y cómo lo había dicho. Me di cuenta de que había cosas que Dios quería que aprendiese incluso viniendo de un mensajero tan severo. Finalmente, escuchando cómo expresaba sus pensamientos me di cuenta de que él y yo éramos bastante parecidos. Pete era orgulloso, dogmático, protestón e impaciente. Había estado odiando todas esas cosas pero me di cuenta de que también estaban presentes en mí.

En aquellos días, Dios me dio un genuino amor pastoral hacia Pete, y cuando hablábamos podía dirigirme a él de una manera paciente, amable, educada, pacífica y con dominio propio. Incluso era capaz de comenzar esas conversaciones tan difíciles con alegría mientras meditaba en la buena obra que el Espíritu había hecho en mí a través de él.

Hablar andando por el Espíritu no es solo hablar de un modo consecuente con lo que el Espíritu está haciendo en , también significa hablar de un modo que promueva el crecimiento de ese fruto en usted. Francamente, antes de que Luella hablase conmigo no me importaba si Dios me estaba usando en la vida de Pete. Sólo había dos cosas que me importaban: quería mostrarle a Pete que estaba equivocado y luego que abandonase la iglesia y ¡que me dejase en paz! Había cedido al pensamiento de que mi batalla era con "sangre y carne" (Ef. 6:10-12). Veía a Pete como el enemigo al que derrotar y había olvidado la guerra espiritual que se estaba librando bajo la superficie. No quería ser servidor de Pete, quería que el apoyase mi sueño. Incluso siendo su pastor, lo último que quería era ser un instrumento de redención en su vida. Hasta que hablé con Luella, ni siquiera antes había considerado que yo fuera un instrumento que el Espíritu podía usar para producir buenos frutos en su vida.

Cuando por fin hablé con Pete, seguí un plan radicalmente diferente al que le había planteado a mi esposa al principio. Ya no quería “ganar”. Ya no quería conseguir callarlo y que pasase obedientemente a formar parte de mi sueño. Yo quería que Dios me usase realmente para producir los frutos del Espíritu en Pete, el cual se presentó a nuestra conversación listo para la batalla. Era evidente que había preparado sus armas y ensayado su defensa. Pero no hubo batalla. Le dije que le estaba agradecido por sus comentarios, que a través de él, el Espíritu había expuesto mi corazón, y le pedí que me perdonase. Incluso antes de que tuviese la oportunidad de seguir hablando de él, Pete dijo; “Paul, yo también estaba equivocado. Supongo que si soy sincero tendría que decirte que te he odiado y que he buscado cualquier ocasión para criticarte delante de los demás. He estado enojado contigo y con Dios por ponernos en esta congregación. Necesito que me perdone".

Aquella noche, por primera vez desde hacía mucho tiempo, Pete y yo hablamos andando por el Espíritu, y el Espíritu produjo nuevos frutos en cada uno de nosotros. Pero no se olviden: comenzó cuando alguien se enfrentó a mí y me llevó a examinar mi propio corazón antes de enfrentarme a Pete. Hablar andando por el Espíritu significa tomarse un tiempo para escuchar, examinar, meditar y prepararse. Significa hablar con un compromiso de participar en la continua obra de gracia del Espíritu en nuestras vidas y en las de los demás.

7. Hablar palabras de redención significa no dar lugar a las pasiones y a los deseos de la carne (véanse versículos 16, 24). Pongan mucha atención a las palabras del versículo 24: “Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Observen que esto no está en voz pasiva. Dice que cuando recibimos a Cristo, nosotros crucificamos las pasiones y los deseos de la carne. Este pasaje nos conduce a plantearnos un aspecto del evangelio que a veces olvidamos. El evangelio es un glorioso mensaje de consolación, de pecados perdonados, de abolición de la condena, de relaciones reconciliadas con Dios, de Espíritu derramado y de eternidad garantizada. Pero el evangelio también es un llamado a abandonar una vida de acuerdo a los deseos de la carne para que podamos vivir para Cristo. La verdadera salvación no es solo recibir consolación sino también responder al llamado. Este compromiso de una vez y para siempre de vivir una vida santa crucificando las pasiones y los deseos de la carne, tiene que vivirse mediante el poder de Cristo en nuestro interior en cualquiera relación o situación.

No existe otro lugar donde este compromiso sea más necesario que en el área de la comunicación. Si fuéramos humildemente honestos, admitiríamos que mucho de lo que decimos está motivado por las pasiones y los deseos de la carne, y no por un compromiso con la obra y la voluntad de Cristo. Maridos que critican con enojo a sus esposas, esposas que ceden a las protestas y las quejas, niños que expulsan su ira contra sus padres, padres que en su frustración muerden a sus hijos con palabras, miembros decepcionados del cuerpo de Cristo que difaman a sus líderes… Todos ellos cediendo a las pasiones y deseos de la carne. El resultado es una cosecha de malos frutos de relaciones rotas y problemas cada vez más complicados y sin resolver.

Si hablamos con palabras formadas según las emociones y deseos de la carne, estaremos negando tanto la promesa de Cristo de libertad frente al dominio del pecado como nuestro compromiso de vivir como aquellos que pertenecen a Él. Hablar palabras de redención significa proclamar el poderoso dominio propio que Cristo nos ha otorgado, proclamar al Único que rompió las cadenas de nuestra esclavitud del pecado y que nos dio el don de Su Espíritu que mora en nosotros. ¡Nuestras palabras pueden ser instrumentos de justicia! Podemos decir “no” a las emociones y a los deseos de la carne.

8. Hablar palabras de redención significa entender las relaciones desde un punto de vista de restauración (véase capítulo 6, versículos 1 y 2). Pablo dice: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre”. Pablo está hablando de una condición que incluye este aspecto de la gloria en todos nosotros. Somos “atrapados” por el enojo, orgullo, auto compasión, envidia, venganza, amargura, auto justificación, lujuria, egoísmo, miedo e incredulidad. Y ni aún así nos damos cuenta de que estamos atrapados o no sabemos cómo liberarnos. Existen pecados ante los cuales estamos ciegos o que son nuestro particular terreno de lucha. ¡Llegará el día en que la trampa final caiga y estemos con Cristo para siempre! Pero hasta ese momento, necesitamos reconocer que como pecadores, el pecado nos atrapa fácilmente. Por eso, nos necesitamos los unos a los otros.

Entonces, Pablo dice: “vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre”. Cuando estamos “andando por el Espíritu” (versículo 25), estamos en posición de ser uno de Sus restauradores.

Hablar palabras de redención significa que nuestras relaciones están dirigidas por este plan de restauración. Todos tendemos a pensar que nuestras relaciones nos pertenecen. Tendemos a ver a los demás como nuestras posesiones. Los padres caen en esto con sus hijos; luego durante la adolescencia, cuando el niño fracasa, los padres no son capaces de ver más allá de su propio enojo ¡ni de ser agentes de restauración con sus propios hijos! Esposas y esposos piensan que es responsabilidad de su cónyuge el hacerlos felices. La vida se convierte en una serie de exámenes finales. Juzgamos a las personas dependiendo de cómo actúen, del impacto que tengan en nosotros. Buscamos respeto, amor, aprecio y honor, y para nosotros es muy difícil mantener relaciones en las que no haya esto.

Pablo nos está exhortando ahora a hacer algo radicalmente distinto. Este nuevo plan está arraigado en el reconocimiento primordial de que nuestras relaciones no nos pertenecen a nosotros sino a Dios. En cuanto comenzamos a considerar de este modo nuestras relaciones, comenzamos a ver esta necesidad de restauración a nuestro alrededor. Cuando están de vacaciones y los niños se pelean en la parte trasera del coche, ¡existe algo más aparte de que se arruinen sus caras vacaciones! La necesidad de restauración se está revelando por si sola. Ante esta situación puede reaccionar como un padre irritado al que sus hijos le están quitando las vacaciones de sus sueños, o puede reaccionar como un restaurador que quiere ser un instrumento en manos del gran Restaurador.

Cuando esposos y esposas discuten una y otra vez sobre el mismo tema, tienen que hacer otra cosa aparte de maldecir su matrimonio porque no funciona o al otro porque no entiende nada. Necesitan descubrir o darse cuenta de donde han sido “atrapados” y tienen que actuar el uno con el otro no siguiendo un plan exigente sino un plan de restauración. El mayor logro de las relaciones humanas no es la búsqueda de la felicidad entre los hombres sino la reconciliación con Dios y la restauración a la imagen de Su Hijo.

9. Hablar palabras de redención significa hablar con humildad y mansedumbre (véase capítulo 6, versículo 1). Expresiones ásperas (“¿Tan difícil es que te organices?"; “si piensas que voy a seguir arreglando tu desorden, ¡ya puedes ir quitándotelo de la cabeza!”) y palabras orgullosas ("Cuando yo quiera" o "simplemente no puedo entender a la gente así") habladas ante la debilidad, la tentación o el pecado de otra persona, sencillamente contradicen el mensaje del Evangelio.

La mansedumbre debería ser nuestra respuesta natural cuando vemos a un hermano o hermana atrapado en el pecado. Tenemos que reconocer que si no fuera por la gracia de Dios nos encontraríamos donde están ellos. Por tanto tenemos que actuar con ellos con la misma gracia que hemos recibido. Dios nos amó cuando éramos detestables. Nos ha perdonado cada vez que hemos vuelto a pecar. De hecho, es Su amor el que nos lleva de la oscuridad hacia Su maravillosa luz. Cuando hablamos unos con otros, todos tenemos que luchar contra la realidad de los pecados que permanecen, por eso es esencial que nos reflejemos en el apremiante amor de Cristo. Él es nuestra única razón, nuestra única esperanza. Él solo es capaz de cambiar nuestros corazones. Debemos querer hablar de tal manera que lleve a la gente a poner su esperanza en Él.

También somos libres para ser mansos porque hemos desechado cualquier esperanza de que la presión, el poder o la lógica del hombre puedan cambiar corazones. El cambio en una persona no lo va a producir nunca el volumen de nuestra voz, el poder de nuestras palabras, el dramatismo del momento, la creatividad de nuestros ejemplos, la fuerza de nuestras palabras, el fantasma de nuestros temores o la grandeza de nuestros gestos. La mansedumbre fluye al saber donde reside nuestro poder. Dios puede susurrar palabras que produzcan una convicción ensordecedora en el corazón. Sí; nosotros queremos pensar y hablar bien, pero solamente porque queremos ser instrumentos útiles en manos del Único que trae el cambio, no porque confiemos en nuestra habilidad para producirlo.

La mansedumbre en las palabras no proviene de alguien que está enojado y espera zanjar el asunto. Proviene de una persona que está hablando no por lo que quiere de ti sino por lo que quiere para ti. Solo puedo hablar con mansedumbre cuando no hablo desde el daño personal, enfado o resentimiento sino con auto sacrificio y amor de redención. Estoy hablando con usted no porque su pecado me haya afectado sino porque le ha atrapado. Deseo verle liberado de esa trampa. No tengo una misión de enfrentamiento egoísta sino de rescate por amor. Y sé que de alguna manera todos necesitamos este rescate a diario.

10. Hablar palabras de redención significa tener una vida y una comunicación con otro enfoque (véase Gálatas 6:2). El ejemplo aquí es el de unas personas de viaje. No sólo están concentrados en la carga que tienen que llevar sino que están mirando alrededor para ver quién necesita ayuda. Con estas palabras: "Llevad los unos las cargas de los otros”, Pablo extiende su exhortación a nosotros. Nos exhorta a mirar más allá de nuestro consuelo y prosperidad, y a ver como algo bueno la persona que lucha por llevar su carga y compartir el peso. Este es el ejemplo de Cristo.

También somos exhortados a hablarles a los demás con esta mentalidad de “llevar cargas”. Cuando vemos que alguien está luchando contra la debilidad, tenemos que mostrarle la fuerza que tiene en Cristo. Cuando alguien es ignorante, tenemos que hablarle con palabras de verdad dadas por la sabiduría. Cuando alguien tiene miedo, le hablamos de la ayuda omnipresente que es Dios en tiempo de problemas. Cuando alguien está sufriendo, queremos hablarle palabras de consuelo. Cuando alguien está desanimado, buscamos hablarle palabras de esperanza. Si se siente solo, lo recibimos con muestras de nuestro amor y de la presencia de Cristo. Si está enojado, le mostramos que la rectitud, venganza y justicia es de Dios. Si está peleado, buscamos hablar como pacificadores y reconciliadores. Si está preocupado, le indicamos el Sabbath de descanso que Cristo a dado a Sus hijos.

Hablar palabras de redención significa elegir nuestras palabras con atención. No queremos satisfacer los deseos de la carne. No queremos provocar que otro peque a causa de nuestra propia envidia y vanidad. No queremos mordernos y devorarnos unos a otros con palabras. En su lugar, estamos comprometidos a servirnos los unos a los otros con amor en nuestras palabras. Queremos hablar andando conforme a lo que el Espíritu está queriendo producir en nosotros y en los demás. Queremos hablar de manera consecuente con Sus frutos y promoviendo el crecimiento de esos frutos en los demás. Por último, queremos hablar como agentes de restauración mansos y humildes, como personas que llevan las cargas, comprometidas a vivir según el mandamiento de amor de Cristo.

Si cargásemos con esta exhortación en cada situación y relación, ¡obtendríamos un avivamiento, reconciliación y restauración radical en nuestras iglesias hogares y amistades! Si estuviésemos comprometidos a hablar palabras de redención todo el tiempo, ¡las cosas serían tan diferentes! ¡La relación de Sam y Belinda hubiera sido completamente diferente si hubieran respondido a la exhortación de Dios de hablarse con palabras de redención! ¡Elegir bien nuestras palabras es tan importante para nosotros!


Paul Tripp es director de Changing Lives Ministries y consejero y miembro facultativo de CCEF, Glenside, Pennsylvania. Este artículo pertenece a un libro sobre comunicación que será publicado próximamente en la colección Resources for Changing Lives Series.

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