First Steps of Faith/Some Things to Know About Your Battle/es

From Gospel Translations

Revision as of 21:41, 10 July 2008 by Kirstenyee (Talk | contribs)
Jump to:navigation, search
 

Notice: This template is no longer in use. Please use {{Info}} instead.

 

Por lo general sólo hojeo los artículos del periódico... pero no éste. Sólo había leído la mitad del artículo y ya estaba horrorizado. Si no hubiera estado acompañado de una foto, me hubiera costado creer lo que decía.

(Creo que debo advertirte que los próximos párrafos no son para el pusilánime. Léelo a tu propia discreción...)

El 20 de julio de 1993 un hombre cortaba un árbol en una zona remota. De pronto, el árbol que cortaba cayó sobre él, aplastándole la parte inferior de la pierna izquierda e incrustando su pie en el suelo. Estaba atrapado. Mover el tronco de casi un metro de grosor era imposible. El leñador temía morir desangrado si esperaba que alguien lo encontrara.

Tenía sólo dos opciones: o hacer lo increíble o morir donde yacía. Miró por última vez su pierna atrapada. Luego, tomando su navaja empezó a cortarse la piel, los músculos, nervios y huesos destrozados. Le llevó 30 segundos, le dijo al reportero: “pero aun 30 segundos es demasiado tiempo.”

El leñador se arrastró subiendo una cuesta a donde había una remolcadora (bulldozer), se trepó a la cabina y manejó hasta donde había dejado su camioneta y luego, en ésta, a una granja cercana. La foto que acompañaba el artículo mostraba al herido en el hospital, sonriendo y mostrando su muñón vendado. ¿Sonriendo? ¿Cómo podía sonreír? Porque la amputación era mucho mejor que la muerte. Le dijo al reportero: “Tengo tanto para lo cual vivir que hice lo único que podía hacer—elegir la vida.”1

Cuento este relato trágico por una razón. Muestra el precio que un hombre tuvo que pagar para sobrevivir. El accidentado no tuvo tiempo de ser pasivo o paciente. Si quería volver a ver a su familia y a sus amigos, sabía que tenía que actuar decididamente. Y, entonces, cuando su propia pierna amenazaba ser el instrumento de su muerte, entró radicalmente en acción para impedirlo.

Vivir una vida cristiana victoriosa también requiere de acciones radicales. No irás al extremo que tuvo que ir este hombre, pero no te creas que puedes adoptar una actitud tranquila y pasiva al seguir a Cristo. Estás librando una batalla. Y tu peor enemigo está dentro de ti mismo. 

Contents

La batalla interior 

He conversado con muchos creyentes que se sienten frustrados por esta promesa que aparece en Romanos 5:17: “...reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.” ¿Por qué les molesta este pasaje? Porque no ven ninguna evidencia de que estén reinando en vida, especialmente en las áreas donde son más vulnerables a la tentación y al pecado. 

El pecado es un estado del corazón, una condición de nuestro ser interior. Es un estado de corrupción, de vileza, sí, aun de suciedad ante los ojos de Dios.2
— Jerry Bridges

El problema no radica en la promesa. El problema surge principalmente de las falsas expectativas de la vida cristiana y de la interpretación errónea del pecado. 

Veamos brevemente lo qué es el pecado y dónde se origina. El pecado puede definirse como “cualquier falla en conformarse a la ley moral de Dios de hecho, actitud o naturaleza.”3 Es más que un simple error, deficiencia o falta de criterio. El pecado es una violación de la norma moral perfecta de Dios. Cuando pecamos, pecamos contra Él. “Nunca vemos correctamente que es el pecado,” dijo W. S. Plumer, “hasta reconocer que es contra Dios... Todo pecado es contra Dios en este sentido: en que es Su ley la que se quebranta, Su autoridad que se desprecia, Su gobierno el que se descarta.”4 El pecado siempre entristece a Dios, muchas veces perjudica a otros y constantemente tiene consecuencias personales para el pecador. 

Más sobre el tema: Según Romanos 5:12, ¿cómo apareció el pecado en el mundo? ¿Cuánto se ha extendido?

Entonces, ¿por qué pecamos? Habiendo sido justificados (declarados justos) por la misericordia de Dios, ¿por qué es que todavía nos atraen ciertos pecados, aún sabiendo que están prohibidos para el creyente?

Jesús precisó exactamente cuál era el centro nervioso del pecado (una habilidad que necesitamos aprender) durante un diálogo sobre higiene. Algunos fariseos habían criticado a los discípulos por no lavarse las manos. Jesús aprovechó la ocasión para hacer una poderosa afirmación sobre el pecado que mora dentro del ser humano:

1.Según tu opinión ¿cuál de los siguientes acontecimientos han ocasionado más víctimas sobre el planeta?
❏ El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945
❏ La fuga de gas en Bhopal, India, en 1984
❏ El accidente nuclear en Chernobil, Ucrania(Rusia) en 1986
❏ El derrame de petróleo del barco Valdez de Exxon en 1989 (40 millones de litros)
❏ El pecado de Adán y Eva y sus efectos que todavía continúan
¿No comprendéis que todo lo que de afuera entra al hombre, no le puede “contaminar”, porque no entra en su corazón, sino en el estómago, y se elimina?... Lo que sale del hombre, eso es lo que “contamina” al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y “contaminan” al hombre. (Marcos 7:18-23) Qué conveniente sería si pudiéramos culpar a otras personas o circunstancias externas como la causa de nuestro pecado. Pero la enseñanza de Jesús es inevitable: el pecado brota del pozo séptico contaminado del corazón humano.

Es posible que la siguiente ilustración se relacione más a los hombres, pero espero que las mujeres también se identifiquen con ella. Imagínate que desde siempre te has valido del transporte público para desplazarte por la ciudad: incómodo, no siempre a tiempo, a veces repleto de pasajeros. Pero estás acostumbrado. Luego, un sábado por la mañana, tu vecino y (ex)amigo—te llama para que vayas a su casa y veas el auto nuevo que se acaba de comprar. (Como si lo necesitara, él que nunca va a ninguna parte). Te subes al auto e inmediatamente te impresiona el olor a nuevo. Tomando el volante, fantaseas de que vas a toda velocidad por la carretera, escuchando un audio casete cristiano (para darle la gloria a Dios, por supuesto). De pronto, tu amigo pone tu viaje de ensueño en reversa, diciendo burlonamente—¿Y? ¿Cuándo vas a dejar de aguantar el autobús? Ya es hora de que te compres un auto, ¿no?

Sonríes cortésmente y felicitas al vecino por su auto nuevo. En tu interior cuestionas activamente la justicia de Dios. Justo cuando vuelves a tu casa ves pasar el autobús despintado, y repleto de gente que avanza dando jaloneos. Murmuras ciertas palabras que creías que ya no estaban en tu vocabulario y entras furioso a tu casa, disgustado porque no tienes un auto.

Las Escrituras nos enseñan que el asiento del pecado se encuentra en el corazón del hombre. ‘Las tentaciones y oportunidades no aportan nada al interior del hombre, sino sólo sacan a relucir lo que ya había en él.’ Todos los pecados genuinos proceden del corazón.5
— Sinclair Ferguson

Ahora, analicemos el pecado... A primera vista puedes sentirte tentado a creer que tu vecino te causó la envidia. No sólo fue tan necio como para gastarse el dinero en un lujo innecesario (según tu opinión), pero después tuvo la osadía de invitarte a sentarte en el para tener que mostrarle lo contento que estabas por él. (Al menos hubiera podido bajar las ventanillas para sacarle el olor a nuevo.)

Pero, como vimos en Marcos 7:18-23, Jesús no empieza
donde empezamos nosotros. Él no le echaría la culpa de tu envidia a la insensibilidad de tu vecino o a su auto nuevo. En cambio, te recordaría que la envidia mora en tu corazón, lista para manifestarse ante la menor provocación. Esta vez fue el auto de tu vecino. Mañana fácilmente puede ser otra cosa.

Medita en Isaías 64:6. Si nuestros actos justos son así, ¿qué le parecerán nuestros actos pecaminosos a Dios?

Alguien dijo cierta vez que el potencial para los pecados más atroces yace en el corazón de todo ser humano— incluyendo a los creyentes. Esto es así porque aún después de la regeneración, las semillas del pecado que moran en nosotros siguen en nuestro corazón. Presta atención a las ideas de Sinclair Ferguson sobre este tema:

¿Qué quieren decir las Escrituras al referirse al corazón? A veces se refiere a la mente y el entendimiento, a veces a la voluntad o los afectos, a veces a la conciencia o a toda el alma. La fuerza del pecado en el corazón radica en su naturaleza inescrutable—siempre hay ahí más de lo que se puede descubrir; radica también en lo engañoso del corazón del hombre que está lleno de contradicciones.6

Debido a que vivimos con un corazón dado a desviarse de las normas morales de Dios, ¿cómo podemos evitar entristecerlo? ¿Cómo podemos tapar este pozo interno que sigue lanzando fango pecaminoso?

En generaciones pasadas, algunos se encerraban en monasterios y conventos para escapar de las tentaciones de su época. Un hombre llamado Simón Stylites se pasó 36 años sentado en una pequeña plataforma de casi veinte metros de altura creyendo que podía evitar el pecado aislándose de la gente y de las tentaciones externas. Pero ni él ni nadie ha encontrado una manera de escapar de la atracción magnética del corazón hacia el pecado. Nuestro adversario más peligroso, como reconoce el pastor puritano John Owen, constantemente nos ataca desde adentro.

Los vestigios del pecado que moran en el creyente tienen una capacidad y un poder extremo y constante que lo inclinan hacia el mal y lo llevan a obrar mal. Despertad,
pues, vosotros quienes corazones poseen algo de los caminos de Dios. Vuestro enemigo no sólo está sobre vosotros sino que también está adentro de vosotros.7

El cambio es posible... pero no de la noche a la mañana

Antes de ser reconocido como un santo, el renombrado Agustín era un pecador profesional. No se perdía ninguna bajeza: bebidas fuertes, orgías sexuales y todo tipo de placeres carnales para él estaban bien. Luego, el Espíritu Santo invadió su vida y lo convirtió en un seguidor radical de Dios. Pero no de la noche a la mañana. Se dice que poco después de entregarse a Cristo, Agustín oró: “Señor, hazme casto... ¡pero todavía no!”

Más sobre el tema: Lee Hebreos 6:11-12. ¿Puedes encontrar aquí tres cualidades que hacen posible el cambio?

Como todos nosotros, San Agustín enfrentaba la realidad del pecado que mora en nosotros. Sabía que tenía que renunciar a su manera pecaminosa de vivir, pero dentro de su corazón quedaba aún un deseo por el mal. Pero después cambió y empezó a vivir una vida agradable a Dios. Tú debes hacer lo mismo. Pero a fin de escapar de la atracción tentadora del pecado en tu corazón, necesitas una estrategia—una estrategia de tres partes.

Estrategia No. 1: Evita la tentación
No hay hombre que esté enteramente libre de tentaciones mientras vive sobre esta tierra: porque dentro de nosotros está su raíz, habiendo nacido con una inclinación al mal. Cuando una tentación o tribulación desaparece, aparece otra; y siempre hemos de tener algo que sufrir.8
— Thomas à Kempis

La tentación ataca en el instante que empiezas a admirar el auto de tu vecino o el anillo de compromiso de tu amiga. La batalla depende de ese momento de decisión: ¿Obedecerás o desobedecerás a Dios? ¿Cederás a la tentación del pecado? ¿O dominarás ese deseo y te someterás a la voluntad de Dios regocijándote con tu vecino o con tu amiga? No te sorprendas cuando sientas tentación. Tal como les dijo Jesús a sus discípulos: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). En cambio, debería de consolarte el saber que tu Señor mismo fue sujeto a toda tentación externa posible, pero nunca pecó (Hebreos 4:15). Él puede identificarse con tu lucha. Mejor aún, puede ayudarte a vencerla:

Más sobre el tema: ¿Qué consejo da Pablo en los siguientes versículos? (1 Corintios 6:18, 10:14;1 Timoteo 6:11;2 Timoteo 2:22)
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla. (1 Corintios 10:13)

Así que, ¿cuál es el secreto? ¿Cuál es la ruta de escape de la ira, el resentimiento, el orgullo, la lascivia, la envidia, el temor y los muchos otros pecados que nos tientan?

La primera y mejor estrategia es evitar, siempre que sea posible, esas situaciones que pueden tentarte a pecar. “Velad y orad, para que no entréis en tentación,” dijo Jesús (Mateo 26:41). ¿Qué te parece más fácil? ¿Librar una batalla campal contra las tentaciones ardientes o evitar situaciones en las cuales la tentación te puede atacar? Resulta obvio que la batalla más fácil es la que nunca se empieza. No es una cobardía correr de la tentación. Es sabio.

2.Describe brevemente una tentación que enfrentas regularmente.





(¿Te ha mostrado Dios una manera de evitar esta tentación?)

Pero no siempre podrás evitar las tentaciones. Vives en un mundo pecaminoso, y el pecado vive en ti. Tu corazón es un engañador profesional, engañándote vez tras vez haciéndote creer que puedes caminar por el borde de la contemporización sin caer. En consecuencia, aunque haces todo lo posible por evitar las tentaciones, necesitarás una estrategia más agresiva que ésta para ganar tu batalla contra el pecado.

Estrategia No. 2: Da muerte al pecado
Medita en Romanos 8:13. ¡Cada cristiano es llamado a ser un verdugo!

¿Qué hubiera sido del leñador si hubiera asumido una actitud pasiva a su predicamento? No hubiera vivido para contarlo. Una acción inmediata, radical, era su única esperanza para sobrevivir. No exagero al decir que la salud de tu vida en Cristo requiere la misma acción radical contra el pecado:

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (Colosenses 3:5-8)

“Haced morir”—es una frase violenta, ¿no es cierto? Pablo no andaba con jueguitos cuando les escribió esto a los colosenses. Quería que trataran al pecado sin piedad. Odiarlo con el odio de Dios. Tomar toda precaución posible contra él, y cuando los venciera, confesar su pecado ante otros y arrepentirse sinceramente delante de Dios. No importando la forma que tomara, y a pesar de cuánto podía doler, Pablo instó a los colosenses que amputaran el pecado de sus vidas a fin de poder vivir en la libertad que Cristo había adquirido para ellos en la Cruz.

El pecado no morirá a menos que sea gradual constantemente debilitado; perdónalo y sanará sus heridas, y recobrará fuerzas.9
— John Owen

Existe un término que significa hacer morir al pecado: mortificación. Como los colosenses, cada uno de nosotros tiene que mortificar al pecado que mora en nosotros a fin de madurar en Dios y llevar fruto para su gloria. “El bienestar del creyente depende de la mortificación,” escribe Sinclair Ferguson. “Debe hacer morir el pecado en él, si ha de disfrutar del consuelo del evangelio y de energía en su vida espiritual.”10

¿Quieres tener esta energía en tu vida espiritual? Más importante aún, ¿quieres agradar al que te salvó y te atrajo a sí? Él espera que crezcas en santidad. Y porque el pecado es el enemigo de la santidad, debes darle muerte. No esperes que se dé por vencido pacíficamente.

Una de las cosas más emocionantes que puedes esperar como creyente es triunfar sobre los pecados. Al “pelear la buena batalla” por la gracia de Dios puedes reducir constantemente la fuerza y frecuencia de las tentaciones que antes te vencían. No obstante, ninguno de nosotros puede tener la esperanza de ver destruido el pecado completamente hasta que lleguemos al cielo. En cuanto declaras la victoria en un área, otro pecado surge listo para atacar. La mortificación es un compromiso de por vida—y es uno que debes asumir si de veras quieres seguir a Cristo. 

Estrategia No. 3: Da vida a la justicia y la rectitud

Evitar las tentaciones y atacar el pecado son estrategias esenciales. Pero en cuanto hemos hecho retroceder al enemigo, hay una tercera estrategia que debes usar si esperas tener control sobre el pecado. Esta estrategia involucra el esfuerzo deliberado de sustituir las acciones pecaminosas mediante el desarrollo y reenlazo de acciones justas y rectas. Consideremos otra vez un pasaje que vimos en el estudio anterior:

Más sobre el tema: ¿Cómo puedes comprobar que eres discípulo de Jesús? (Fíjate en Juan 15:1-8, especialmente el versículo 8.)
Que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que seáis renovados en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24)

Despojarse de lo malo es sólo la mitad de la tarea; las Escrituras te instan a esforzarte con la misma intensidad (con la ayuda del Espíritu Santo) a vestirte de lo bueno. Por ejemplo, considera el pecado del orgullo. Si realmente vas a vencer en esta área, no te concentres meramente en lo que estás haciendo mal. ¡Haz lo que es bueno! Humíllate diariamente y practica tratar a otros como si fueran mejores, más sabios y mas dotados que tú (Filipenses 2:3).

Sería fácil ser cristiano si la religión dependiera sólo de unas cuantas obras y obligaciones externas. Pero reprender el alma y encarar de frente nuestro propio corazón, el dejar que la conciencia haga su obra completa, y el llevar el alma a una sujeción espiritual a Dios—no es una cuestión fácil.11
— Richard Sibbes

¿Quieres librarte de pensamientos impuros? Entonces, además de arrepentirte de los malos pensamientos, llena tu mente con pensamientos buenos. “Todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable—si hay alguna virtud o algo que merece elogio—en esto meditad” (Filipenses 4:8).

Mencionaré un ejemplo final. Quizá estés resentido por algo que te hicieron en el pasado. No ganarás la batalla si simplemente renuncias a esa actitud errada. Necesitas reemplazarla con una actitud piadosa. Perdona a esa mujer que te hirió. Sé misericordioso con el hombre que no tuvo misericordia. Vence el mal con el bien.

La expresión de la vida cristiana en su forma más sencilla es ésta: “quitarse” el mal y “ponerse” el bien. Pero estas nuevas

Navigation
Volunteer Tools
Other Wikis
Toolbox