First Steps of Faith/Some Things to Know About Your Battle/es

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Es posible que la siguiente ilustración se relacione más a los hombres, pero espero que las mujeres también se identifiquen con ella. Imagínate que desde siempre te has valido del transporte público para desplazarte por la ciudad: incómodo, no siempre a tiempo, a veces repleto de pasajeros. Pero estás acostumbrado. Luego, un sábado por la mañana, tu vecino y (ex)amigo—te llama para que vayas a su casa y veas el auto nuevo que se acaba de comprar. (Como si lo necesitara, él que nunca va a ninguna parte). Te subes al auto e inmediatamente te impresiona el olor a nuevo. Tomando el volante, fantaseas de que vas a toda velocidad por la carretera, escuchando un audio casete cristiano (para darle la gloria a Dios, por supuesto). De pronto, tu amigo pone tu viaje de ensueño en reversa, diciendo burlonamente—¿Y? ¿Cuándo vas a dejar de aguantar el autobús? Ya es hora de que te compres un auto, ¿no?  
Es posible que la siguiente ilustración se relacione más a los hombres, pero espero que las mujeres también se identifiquen con ella. Imagínate que desde siempre te has valido del transporte público para desplazarte por la ciudad: incómodo, no siempre a tiempo, a veces repleto de pasajeros. Pero estás acostumbrado. Luego, un sábado por la mañana, tu vecino y (ex)amigo—te llama para que vayas a su casa y veas el auto nuevo que se acaba de comprar. (Como si lo necesitara, él que nunca va a ninguna parte). Te subes al auto e inmediatamente te impresiona el olor a nuevo. Tomando el volante, fantaseas de que vas a toda velocidad por la carretera, escuchando un audio casete cristiano (para darle la gloria a Dios, por supuesto). De pronto, tu amigo pone tu viaje de ensueño en reversa, diciendo burlonamente—¿Y? ¿Cuándo vas a dejar de aguantar el autobús? Ya es hora de que te compres un auto, ¿no?  
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Sonríes cortésmente y felicitas al vecino por su auto nuevo. En tu interior cuestionas activamente la justicia de Dios. Justo cuando vuelves a tu casa ves pasar el autobús despintado, y repleto de gente que avanza dando jaloneos. Murmuras ciertas palabras que creías que ya no estaban en tu vocabulario y entras furioso a tu casa, disgustado porque no tienes un auto.
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Sonríes cortésmente y felicitas al vecino por su auto nuevo. En tu interior cuestionas activamente la justicia de Dios. Justo cuando vuelves a tu casa ves pasar el autobús despintado, y repleto de gente que avanza dando jaloneos. Murmuras ciertas palabras que creías que ya no estaban en tu vocabulario y entras furioso a tu casa, disgustado porque no tienes un auto.
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{{LeftInsert|Las Escrituras nos enseñan que el asiento del pecado se encuentra en el corazón del hombre. ‘Las tentaciones y oportunidades no aportan nada al interior del hombre, sino sólo sacan a relucir lo que ya había en él.’ Todos los pecados genuinos proceden del corazón.5<br>'''— Sinclair Ferguson'''}}Ahora, analicemos el pecado... A primera vista puedes sentirte tentado a creer que tu vecino te causó la envidia. No sólo fue tan necio como para gastarse el dinero en un lujo innecesario (según tu opinión), pero después tuvo la osadía de invitarte a sentarte en el para tener que mostrarle lo contento que estabas por él. (Al menos hubiera podido bajar las ventanillas para sacarle el olor a nuevo.)
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Pero, como vimos en Marcos 7:18-23, Jesús no empieza<br>donde empezamos nosotros. Él no le echaría la culpa de tu envidia a la insensibilidad de tu vecino o a su auto nuevo. En cambio, te recordaría que la envidia mora en tu corazón, lista para manifestarse ante la menor provocación. Esta vez fue el auto de tu vecino. Mañana fácilmente puede ser otra cosa.
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{{RightInsert|'''Medita en Isaías 64:6.''' Si nuestros actos justos son así, ¿qué le parecerán nuestros actos pecaminosos a Dios?}}Alguien dijo cierta vez que el potencial para los pecados más atroces yace en el corazón de todo ser humano— incluyendo a los creyentes. Esto es así porque aún después de la regeneración, las semillas del pecado que moran en nosotros siguen en nuestro corazón. Presta atención a las ideas de Sinclair Ferguson sobre este tema:
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<blockquote>¿Qué quieren decir las Escrituras al referirse al corazón? A veces se refiere a la mente y el entendimiento, a veces a la voluntad o los afectos, a veces a la conciencia o a toda el alma. La fuerza del pecado en el corazón radica en su naturaleza inescrutable—siempre hay ahí más de lo que se puede descubrir; radica también en lo engañoso del corazón del hombre que está lleno de contradicciones.6 </blockquote>
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Debido a que vivimos con un corazón dado a desviarse de las normas morales de Dios, ¿cómo podemos evitar entristecerlo? ¿Cómo podemos tapar este pozo interno que sigue lanzando fango pecaminoso?
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En generaciones pasadas, algunos se encerraban en monasterios y conventos para escapar de las tentaciones de su época. Un hombre llamado Simón Stylites se pasó 36 años sentado en una pequeña plataforma de casi veinte metros de altura creyendo que podía evitar el pecado aislándose de la gente y de las tentaciones externas. Pero ni él ni nadie ha encontrado una manera de escapar de la atracción magnética del corazón hacia el pecado.

Revision as of 21:00, 10 July 2008

 

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Por lo general sólo hojeo los artículos del periódico... pero no éste. Sólo había leído la mitad del artículo y ya estaba horrorizado. Si no hubiera estado acompañado de una foto, me hubiera costado creer lo que decía.

(Creo que debo advertirte que los próximos párrafos no son para el pusilánime. Léelo a tu propia discreción...)

El 20 de julio de 1993 un hombre cortaba un árbol en una zona remota. De pronto, el árbol que cortaba cayó sobre él, aplastándole la parte inferior de la pierna izquierda e incrustando su pie en el suelo. Estaba atrapado. Mover el tronco de casi un metro de grosor era imposible. El leñador temía morir desangrado si esperaba que alguien lo encontrara.

Tenía sólo dos opciones: o hacer lo increíble o morir donde yacía. Miró por última vez su pierna atrapada. Luego, tomando su navaja empezó a cortarse la piel, los músculos, nervios y huesos destrozados. Le llevó 30 segundos, le dijo al reportero: “pero aun 30 segundos es demasiado tiempo.”

El leñador se arrastró subiendo una cuesta a donde había una remolcadora (bulldozer), se trepó a la cabina y manejó hasta donde había dejado su camioneta y luego, en ésta, a una granja cercana. La foto que acompañaba el artículo mostraba al herido en el hospital, sonriendo y mostrando su muñón vendado. ¿Sonriendo? ¿Cómo podía sonreír? Porque la amputación era mucho mejor que la muerte. Le dijo al reportero: “Tengo tanto para lo cual vivir que hice lo único que podía hacer—elegir la vida.”1

Cuento este relato trágico por una razón. Muestra el precio que un hombre tuvo que pagar para sobrevivir. El accidentado no tuvo tiempo de ser pasivo o paciente. Si quería volver a ver a su familia y a sus amigos, sabía que tenía que actuar decididamente. Y, entonces, cuando su propia pierna amenazaba ser el instrumento de su muerte, entró radicalmente en acción para impedirlo.

Vivir una vida cristiana victoriosa también requiere de acciones radicales. No irás al extremo que tuvo que ir este hombre, pero no te creas que puedes adoptar una actitud tranquila y pasiva al seguir a Cristo. Estás librando una batalla. Y tu peor enemigo está dentro de ti mismo. 

La batalla interior 

He conversado con muchos creyentes que se sienten frustrados por esta promesa que aparece en Romanos 5:17: “...reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.” ¿Por qué les molesta este pasaje? Porque no ven ninguna evidencia de que estén reinando en vida, especialmente en las áreas donde son más vulnerables a la tentación y al pecado. 

El pecado es un estado del corazón, una condición de nuestro ser interior. Es un estado de corrupción, de vileza, sí, aun de suciedad ante los ojos de Dios.2
— Jerry Bridges

El problema no radica en la promesa. El problema surge principalmente de las falsas expectativas de la vida cristiana y de la interpretación errónea del pecado. 

Veamos brevemente lo qué es el pecado y dónde se origina. El pecado puede definirse como “cualquier falla en conformarse a la ley moral de Dios de hecho, actitud o naturaleza.”3 Es más que un simple error, deficiencia o falta de criterio. El pecado es una violación de la norma moral perfecta de Dios. Cuando pecamos, pecamos contra Él. “Nunca vemos correctamente que es el pecado,” dijo W. S. Plumer, “hasta reconocer que es contra Dios... Todo pecado es contra Dios en este sentido: en que es Su ley la que se quebranta, Su autoridad que se desprecia, Su gobierno el que se descarta.”4 El pecado siempre entristece a Dios, muchas veces perjudica a otros y constantemente tiene consecuencias personales para el pecador. 

Más sobre el tema: Según Romanos 5:12, ¿cómo apareció el pecado en el mundo? ¿Cuánto se ha extendido?

Entonces, ¿por qué pecamos? Habiendo sido justificados (declarados justos) por la misericordia de Dios, ¿por qué es que todavía nos atraen ciertos pecados, aún sabiendo que están prohibidos para el creyente?

Jesús precisó exactamente cuál era el centro nervioso del pecado (una habilidad que necesitamos aprender) durante un diálogo sobre higiene. Algunos fariseos habían criticado a los discípulos por no lavarse las manos. Jesús aprovechó la ocasión para hacer una poderosa afirmación sobre el pecado que mora dentro del ser humano:

1.Según tu opinión ¿cuál de los siguientes acontecimientos han ocasionado más víctimas sobre el planeta?
❏ El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945
❏ La fuga de gas en Bhopal, India, en 1984
❏ El accidente nuclear en Chernobil, Ucrania(Rusia) en 1986
❏ El derrame de petróleo del barco Valdez de Exxon en 1989 (40 millones de litros)
❏ El pecado de Adán y Eva y sus efectos que todavía continúan
¿No comprendéis que todo lo que de afuera entra al hombre, no le puede “contaminar”, porque no entra en su corazón, sino en el estómago, y se elimina?... Lo que sale del hombre, eso es lo que “contamina” al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y “contaminan” al hombre. (Marcos 7:18-23) Qué conveniente sería si pudiéramos culpar a otras personas o circunstancias externas como la causa de nuestro pecado. Pero la enseñanza de Jesús es inevitable: el pecado brota del pozo séptico contaminado del corazón humano.

Es posible que la siguiente ilustración se relacione más a los hombres, pero espero que las mujeres también se identifiquen con ella. Imagínate que desde siempre te has valido del transporte público para desplazarte por la ciudad: incómodo, no siempre a tiempo, a veces repleto de pasajeros. Pero estás acostumbrado. Luego, un sábado por la mañana, tu vecino y (ex)amigo—te llama para que vayas a su casa y veas el auto nuevo que se acaba de comprar. (Como si lo necesitara, él que nunca va a ninguna parte). Te subes al auto e inmediatamente te impresiona el olor a nuevo. Tomando el volante, fantaseas de que vas a toda velocidad por la carretera, escuchando un audio casete cristiano (para darle la gloria a Dios, por supuesto). De pronto, tu amigo pone tu viaje de ensueño en reversa, diciendo burlonamente—¿Y? ¿Cuándo vas a dejar de aguantar el autobús? Ya es hora de que te compres un auto, ¿no?

Sonríes cortésmente y felicitas al vecino por su auto nuevo. En tu interior cuestionas activamente la justicia de Dios. Justo cuando vuelves a tu casa ves pasar el autobús despintado, y repleto de gente que avanza dando jaloneos. Murmuras ciertas palabras que creías que ya no estaban en tu vocabulario y entras furioso a tu casa, disgustado porque no tienes un auto.

Las Escrituras nos enseñan que el asiento del pecado se encuentra en el corazón del hombre. ‘Las tentaciones y oportunidades no aportan nada al interior del hombre, sino sólo sacan a relucir lo que ya había en él.’ Todos los pecados genuinos proceden del corazón.5
— Sinclair Ferguson

Ahora, analicemos el pecado... A primera vista puedes sentirte tentado a creer que tu vecino te causó la envidia. No sólo fue tan necio como para gastarse el dinero en un lujo innecesario (según tu opinión), pero después tuvo la osadía de invitarte a sentarte en el para tener que mostrarle lo contento que estabas por él. (Al menos hubiera podido bajar las ventanillas para sacarle el olor a nuevo.)

Pero, como vimos en Marcos 7:18-23, Jesús no empieza
donde empezamos nosotros. Él no le echaría la culpa de tu envidia a la insensibilidad de tu vecino o a su auto nuevo. En cambio, te recordaría que la envidia mora en tu corazón, lista para manifestarse ante la menor provocación. Esta vez fue el auto de tu vecino. Mañana fácilmente puede ser otra cosa.

Medita en Isaías 64:6. Si nuestros actos justos son así, ¿qué le parecerán nuestros actos pecaminosos a Dios?

Alguien dijo cierta vez que el potencial para los pecados más atroces yace en el corazón de todo ser humano— incluyendo a los creyentes. Esto es así porque aún después de la regeneración, las semillas del pecado que moran en nosotros siguen en nuestro corazón. Presta atención a las ideas de Sinclair Ferguson sobre este tema:

¿Qué quieren decir las Escrituras al referirse al corazón? A veces se refiere a la mente y el entendimiento, a veces a la voluntad o los afectos, a veces a la conciencia o a toda el alma. La fuerza del pecado en el corazón radica en su naturaleza inescrutable—siempre hay ahí más de lo que se puede descubrir; radica también en lo engañoso del corazón del hombre que está lleno de contradicciones.6

Debido a que vivimos con un corazón dado a desviarse de las normas morales de Dios, ¿cómo podemos evitar entristecerlo? ¿Cómo podemos tapar este pozo interno que sigue lanzando fango pecaminoso?

En generaciones pasadas, algunos se encerraban en monasterios y conventos para escapar de las tentaciones de su época. Un hombre llamado Simón Stylites se pasó 36 años sentado en una pequeña plataforma de casi veinte metros de altura creyendo que podía evitar el pecado aislándose de la gente y de las tentaciones externas. Pero ni él ni nadie ha encontrado una manera de escapar de la atracción magnética del corazón hacia el pecado.

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