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From Gospel Translations

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 Una Luz en la Oscuridad
Juan Calvino escribió el siguiente comentario sobre el salmo 47:1–2 “El Espíritu Santo ha exhortado a los fieles a que continúen batiendo sus manos con júbilo hasta el advenimiento del Redentor prometido”. ¡Pablo estaría de acuerdo con todo su corazón! Cuando escribía desde su celda en la prisión de donde no tenía posibilidades de escapar, a no ser para ser ejecutado, lo que estaba en su mente era gozo. De eso se trata la epístola a los Filipenses, del gozo. Hay tanto gozo en Filipenses, que George B. Duncan se refirió a este libro como “la vida de continuo regocijo”. Lo contrario del gozo es la miseria, y no hemos sido hechos para ser miserables. Los Reformistas captaron la esencia del gozo en el afecto de los Cristianos al insistir en que el principal objetivo en nuestra vida es “glorificar a Dios y regocijarnos eternamente en El” (WSC, Q. 1).
Los cristianos por su puesto, son tentados a sentirse desanimados y deprimidos por ciertas circunstancias extremas. Pero bajo tales circunstancias, debemos pensar que ¡no tenemos derecho a sentirnos de esa manera! Pablo, que sabía lo que era estar en prisión, ser golpeado y escupido, menospreciado e ignorado, nos manda a regocijarnos, a pesar de lo que podamos estar sintiendo: “Regocijaos en el Señor siempre, otra vez digo, regocijaos” (Fil. 4:4).
Una descripción del Gozo
Pablo no era de los que pedía a otros hacer lo que él mismo no haría. Es por esto que a lo largo de su vida, podemos ver su gozo, incluso en las situaciones más difíciles y que lo ponían a prueba.
Encarcelado por su obediencia al Evangelio, el apóstol pierde su libertad y su dignidad. Muy bien podría sentir un gran resentimiento personal debido a sus circunstancias. Ciertamente, los Filipenses estaban muy apenados al comprender cuál era la realidad: el siervo más fiel que Dios tenía, estaba encerrado en prisión. Algunos cuestionarían la sabiduría o la soberanía de Dios. ¡Algunos pueden haber cuestionado ambas!
Los sentimientos más adecuados para la situación que Pablo estaba viviendo podrían ser la depresión, resentimiento o ira. Sin embargo, el apóstol buscaba lo positivo de la situación. Como resultado de su encarcelamiento, algunos de los guardias del palacio del César conocieron el Evangelio. Pablo pudo estar preso, más “la palabra de Dios no está presa” (2 Tim. 2:9). Para el apóstol, evangelizar al guardia pretoriano valía la pena cualquier sufrimiento de su parte. A pesar de su difícil situación, Pablo pudo regocijarse porque percibió un propósito mayor para él, un propósito que consideraba algo más grande que su propio e inmediato bienestar.
Pablo tenía enemigos que estaban decididos a hacerle daño. Increíblemente, éstos eran compañeros suyos que también predicaban el Evangelio y estaban celosos del éxito de Pablo y su popularidad. Predicaban de manera que agravaban el sufrimiento de Pablo, suponiendo que con sus acciones “van a aumentar las angustias que sufro en mi prisión” (Fil. 1:17). Algunos evidentemente estaban felices de ver al apóstol recibir lo que consideraban era lo que él merecía.
Pablo estuvo a merced de la judicatura Romana. En el primer capítulo habló sobre la posibilidad de morir (Fil. 1:20). Más tarde, amplía este tema cuando sugiere “Y aunque mi vida sea derramada en libación” (2:17). El apóstol es realista al reconocer que su sufrimiento y grandes dificultades podrían llegar al martirio. ¿Está abatido el apóstol? ¿Está resentido? ¡Para nada! “me gozo y regocijo con todos vosotros”, añade.
Gozo Encarnado
¿Podemos definir con mayor claridad de dónde viene este gozo del que Pablo escribe en Filipenses? Dos verdades teológicas atraen la atención hacia la fuente del gozo. En primer lugar, el gozo es el resultado de nuestra unión con Cristo. Dios nos creó, y luego nos re-creó en Cristo, para que tengamos una relación profunda y duradera con El; ellos son la fuente de nuestro mayor gozo. Pero ninguna relación sobrepasa nuestra camaradería con Jesucristo en el Evangelio. Pablo comienza su carta a los Filipenses recordando a sus lectores Cristianos su relación con Jesucristo: ellos están “en Cristo” (1:1). Al hacerlo, Pablo subrayó una verdad fundamental. La fe, tal como Jesús les recordó a sus discípulos, es creer “en” Cristo (Juan 14:12). La fe involucra una unión en la cual somos totalmente dependientes de los recursos de otra persona. Esta verdad fue elaborada sobre la analogía hortícola de Jesús: El es la vid y nosotros somos los pámpanos (Juan 15). Jesús asegura a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo” (v. 11). No está claro si Jesús quiso decir que los creyentes serían receptores de gozo o si serian objetos de gozo. Seguramente quiso decir ambas cosas. ¡Cristo nos restaura — a nosotros que hemos perdido todo gozo — el gozo que El encuentra en nosotros! Al vernos llevar el tipo de fruto que debemos, incluyendo el gozo por su puesto, (Gal. 5:22), ¡El también se goza! Quizás ahora veamos la importancia del gozo en nuestras vidas, ¡ya que alegra el corazón de nuestro Salvador!
En segundo lugar, el gozo fluye cuando probamos la dulzura de la gracia. La respuesta a la miseria es recordar dónde estaríamos si estuviéramos apartados de la gracia de Dios. “Gracia, un sonido encantador,” escribió Filip Doddridge, haciendo eco a lo que los cristianos hemos sentido siempre acerca del trato de Dios para con nosotros. La gracia es el saludo inicial y final de esta carta (Fil. 1:2; 4:23). Después de la salutación inicial, les dice a los Filipenses cuán gozoso se siente cuando piensa en ellos, añadiendo que la razón de su gozo es que “todos vosotros sois participes conmigo de la gracia” (1:7). Los cristianos encuentran su gozo en la manera en que Dios los ha tratado.
El gozo surge cuando conocemos el valor de lo que Dios nos ha dado. Cuando Pablo se convirtió en cristiano algo le sucedió: su juicio acerca del valor de las cosas de este mundo cambió. La gracia de Dios se convirtió en objeto de su mayor deleite, comparado con las chucherías de este mundo, para las que usa la palabra Griega skybala —traducida como basura en la Versión Standard en Inglés, pero “estiércol” es más adecuado (3:8). En comparación con lo que Dios le ha dado — una rectitud que no es suya — Pablo se siente obligado a conocer más y más sobre esta maravillosa gracia de Dios (3:7–10).
Se nos ordena sentir gozo
Dos cosas siguen: en primer lugar, en la medida de lo posible, debemos aprender a controlar nuestros sentimientos. Hay varios tipos de depresión, y algunos son el resultado de complejos desordenes físicos y psicológicos. Pero hay ocasiones en que estamos espiritualmente deprimidos sin una razón aparente. Hay ocasiones en que lo mejor que podemos hacer con nuestros sentimientos es cuestionarlos: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío” (Salmos 42:11).
Muy a menudo pasamos nuestros días en miseria y melancolía, todo porque no tomamos en serio lo que sabemos que es cierto sobre Dios y el control que El tiene sobre nuestras vidas. Debemos orar y pedirle a Dios fortaleza para superar nuestros estados de depresión y melancolía. Existe algo llamado voluntad, que no se someterá a Dios. Podemos endurecernos y rehusar ver la mano bondadosa de Dios. Es como un cáncer que nos destruirá.
En segundo lugar, sin importar cuáles sean las circunstancias que estemos viviendo, debemos lograr interpretarlas de tal manera que nos fuercen a regocijarnos. Debemos “regocijarnos en las tribulaciones” (Rom. 5:3). Viene a mi mente la historia de Horacio Spafford, un hombre de negocios que vivió en Chicago en el año 1873 y perdió todos sus negocios en los incendios de Chicago. Envió a su esposa y a sus cuatro hijas a Inglaterra en el barco Ville de Havre, el cual chocó con otra nave (el Lochearn) en el medio del océano Atlántico, y murieron 261 personas, incluyendo sus cuatro hijas. La Sra. Spafford, que había sido rescatada, le envió un cable que decía: “Sobreviví solo yo”. Al abordar el siguiente barco disponible para encontrarse con su esposa, el capitán de la nave le indicó a Horacio el lugar exacto donde sus hijas se habían ahogado. Fue ahí donde escribió estas líneas:
Cuando la paz como un río llega a mi vida,
Cuando las penas como olas me revuelcan,
Cualquiera sea mi suerte, Tú me has enseñado a decir,
“Está bien, alma mía, está bien”.
Esta es la manera en que Dios quiere que vivamos. No tenemos derecho a esperar que nuestra vida esté libre de problemas, pero en cualquier circunstancia, si somos gente de Dios, tenemos la seguridad de su cuidado y providencia. El se preocupa de cada detalle. No comete errores (Rom. 8:32ff.). Cada momento de nuestra existencia es razón suficiente para regocijarnos: lo bueno y lo malo deben integrarse para formar una sinfonía para alabar a Dios todopoderoso, ¡aleluya! 

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