Five Easy Steps/es

From Gospel Translations

Revision as of 23:38, 23 May 2008 by CharisGalbraith (Talk | contribs)
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A principios de esta semana hablé con un amigo muy cercano que recientemente había atravesado un periodo lleno de decepciones personales, de desalientos, injusticias e incluso falsos rumores sobre su servicio y su carácter cristianos. Su respuesta me conmovió y me impresionó. “Mi gran consuelo es simplemente este”, dijo, “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Tim. 6:6).”

Esta reacción ante la adversidad (que es el contexto en que el contentamiento cristiano es probado y manifestado) no es el resultado de una decisión momentánea de la voluntad, tampoco es el mero resultado de tener un plan de vida ordenado y planificado, calculado para protegernos de los giros de la divina providencia. Significa estar satisfecho con la voluntad del Señor en todos los aspectos de Su providencia. Se trata entonces, de qué es lo que somos, cuál es nuestro ser; no se puede lograr simplemente haciendo más.

Ser y Hacer

El contentamiento o satisfacción es una gracia desvalorizada. Al igual que en el siglo diecisiete cuando Jeremiah Burroughs escribió su gran obra sobre este tema, hoy en día sigue siendo “Una Rara Joya”. Si hubiera un programa para alcanzarla (“Cinco pasos para lograr el contentamiento en un mes”), sería muy popular. Sin embargo, los cristianos debemos descubrir la satisfacción a la manera antigua: aprendiendo.

Por lo tanto, no podemos “hacer” el contentamiento. Dios nos enseña; nos instruye sobre el contentamiento, es parte del proceso de transformación por medio de la renovación de nuestras mentes (Rom. 12:1–2). Es un mandamiento que se nos da, pero paradójicamente, no es dado por nosotros sino que nos es dado a nosotros. No es el resultado de una serie de acciones, sino de un carácter renovado y transformado. Solo el buen árbol da buen fruto.

Pocos principios parecen ser más difíciles de comprender para los cristianos actuales. Tener direcciones claras para la vida cristiana es esencial para nosotros. Pero lamentablemente, gran parte de la educación evangelística programática actual pone tanta importancia en el hacer y lograr externamente, que se menosprecia el desarrollo del carácter. Los cristianos en los Estados Unidos especialmente deben reconocer que viven en la sociedad más pragmática del mundo (si alguien puede “hacerlo”, nosotros también podemos). Es un golpe para el orgullo descubrir que la vida del cristiano no se basa en lo que podemos hacer, sino en lo que necesitamos que sea hecho en nosotros.

Hace algunos años tuve un encuentro algo doloroso con la mentalidad del “dinos qué hacer y lo haremos”. A la mitad de la conferencia que ofrecía un estudiante cristiano, fui llamado a una reunión con una delegación de miembros del personal que sintió que era su deber confrontarme por la insuficiencia de mis dos exposiciones sobre las Escrituras. El tema era Conociendo a Cristo. “Usted nos ha hablado durante dos horas”, se quejaron, “y aun no nos ha dicho una sola cosa que podamos hacer.” La impaciencia por hacer las cosas refleja impaciencia hacia el principio apostólico de que solo conociendo a Cristo podemos hacer todas las cosas (cf. Fil. 3:10; 4:13).

¿Cómo se aplica esto al contentamiento, el tema clave de conversación de este mes?

El contentamiento cristiano significa que mi satisfacción es independiente de mis circunstancias. Cuando Pablo habla sobre su propio contentamiento en Filipenses 4:11, usa un término comúnmente utilizado en las antiguas escuelas de filosofía Griega de los Estoicos y los Cínicos. En su vocabulario, contentamiento significaba autosuficiencia, en el sentido de ser independiente de las circunstancias cambiantes.

Pero para Pablo, el contentamiento se basa, no en mi autosuficiencia, sino en la suficiencia de Cristo (Phil. 4:13). Pablo dijo que lo podía todo – tanto ser rebajado como ser prosperado - en Cristo. No pasemos por alto esta última frase. Precisamente esta unión con Cristo, y descubrir que El es suficiente, no se puede lograr con una decisión tomada de la noche a la mañana, es el fruto de una relación continua, íntima, profundamente desarrollada con El.

Usando los términos de Pablo, el contentamiento es algo que debemos aprender. Y este es el punto crucial del asunto: ¿cómo aprendemos a estar contentos? Debemos inscribirnos en la escuela divina, en la que seremos instruidos en educación bíblica y experiencia providencial.

Una buena muestra de las lecciones dadas en esta escuela se encuentra en Salmos 131.

Un Ejemplo Bíblico

En salmos 131, el Rey David nos da una vívida descripción de lo que significa para él aprender sobre el contentamiento. Relata su experiencia en los términos de un niño que está siendo destetado y comenzando a ingerir comida sólida: “En verdad que me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma.” (Salmos 131:2).

Imagine la escena y escuche los sonidos. Será más vivido si usted recuerda que en los tiempos del Antiguo Testamento ¡el destete no se daba sino hasta que el niño cumplía tres o cuatro años! Es bastante difícil para una madre sobrellevar el llanto de frustración de un niño, su rechazo hacia la comida sólida, y la lucha de poderes durante el proceso de destete. ¡Imagínese luchando con un niño de cuatro años! Tal fue la lucha que David mantuvo antes de aprender lo que es el contentamiento.

Dos Grandes Temas

¿Pero de qué se trataba esta lucha? Nuevamente David nos ayuda, sugiriendo los dos grandes temas que deben ser resueltos en su vida.

“Señor, mi corazón no es orgulloso, ni son altivos mis ojos.” (Salmos 131:1 NVI). El no quiere decir que la ambición en sí es necesariamente mala. Después de todo, él mismo ha sido apartado para el trono (1 Sam. 16:12–13), pero tenía una mayor ambición: confiar en la sabia provisión, lugar, y tiempos de Dios.

Recordemos las ocasiones en que pudo haberse aprovechado de su posición y poder, de manera que hubiera podido comprometer su entrega a Dios. En primer lugar, Saúl llegó justo a la cueva en donde David y sus hombres se estaban ocultando (1 Sam. 24:6). Después, David y Abisay se acercaron sigilosamente a la tienda de Saúl y lo encontraron dormido (1 Sam. 26:9–11). Pero mientras esto sucedía, él se sentía contento viviendo de acuerdo con la palabra de Dios, y esperando pacientemente los tiempos de Dios.

El contentamiento cristiano es entonces el fruto de no tener otra ambición más que pertenecer al Señor y estar totalmente a su disposición, en el lugar que El nos indique, en el momento que El escoja, con lo que El quiera proveer.

Fue entonces, con madurez y sabiduría, que el joven Robert Murray M‘Cheyne escribió, “Siempre ha sido mi ambición no tener planes para mi mismo”. “!Qué inusual!” diremos. Así es, pero lo que la gente notó en M‘Cheyne es que lo inusual no fue lo que él hizo o dijo- sino lo que él era, y su manera de serlo. Eso, en cambio, es el resultado de estar contento con una ambición motivadora: “quiero conocer a Cristo” (Fil. 3:10). No es una coincidencia que al hacer de Cristo nuestra ambición, descubramos que El se vuelve suficiente para nosotros y aprendemos a estar satisfechos en toda y cualquier circunstancia.

“No busco grandezas desmedidas, ni proezas que excedan mis fuerzas”. (Salmos 131:1 NVI). El contentamiento es el fruto de una mente que comprende sus limitaciones.
David no se permitió preocuparse por lo que Dios no quería darle, tampoco permitió que su mente se concentrara en las cosas que Dios no quería explicarle.

Tales preocupaciones sofocan el contentamiento. Si insisto en saber exactamente lo que Dios está haciendo en mis circunstancias y lo que El planea hacer con mi futuro, si exijo comprender cuáles fueron Sus caminos para mí en el pasado, nunca podré estar contento, hasta que finalmente yo mismo me haya vuelto igual a Dios. Cuánto tiempo nos toma reconocer en estas sutiles tentaciones mentales los ecos de la serpiente del Edén silbándonos al oído, “Expresa tu descontento con los caminos de Dios, con sus palabras, con lo que El provea para ti.”

En nuestra tradición Agustina con frecuencia se ha dicho que el pecado original fue la soberbia, el orgullo. Pero es más complejo que eso; incluía el descontento. Cuando vemos las cosas desde ese punto de vista, reconocemos qué cosa tan tremenda es un espíritu insatisfecho.

Recuerde estos dos principios y le será difícil quedar atrapado en esta corriente mundana de descontento. Vuelva a la escuela en donde progresará en el camino de ser cristiano. Estudie sus lecciones, resuelva el tema de la ambición, haga de Cristo su mayor preocupación, y aprenderá a disfrutar los privilegios de estar realmente contento.

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