All of Grace/The Fear Of Final Falling/es

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Revision as of 15:22, 1 August 2008 by Kirstenyee (Talk | contribs)
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Un temor que se apodera de muchos

A veces, cierto temor se apodera de muchos que buscan la salvación: temen que no podrán perseverar hasta el fin. He oído decir: “Si yo entregara mi alma al Señor Jesús, tal vez volvería atrás y, al final, me perdería. He tenido sentimientos buenos antes de ahora, pero ya no los tengo. Lo bueno en mí es como la niebla de la mañana y como el rocío temprano. Aparece de repente, dura poco, promete mucho y luego desaparece.”

Fe temporaria

Querido lector, creo que este temor es a menudo el padre del hecho y que algunos que han tenido miedo de confiar en Cristo para todo el tiempo y para toda la eternidad, han fracasado porque su fe es temporal y no suficiente para salvarlos. Empezaron confiando en Jesús hasta cierto punto, pero siguieron confiando en sí mismos para continuar y perseverar en el camino al cielo y es así que, por empezar mal, naturalmente no tardaron en volverse atrás. Si confiamos en nosotros mismos para perseverar, no perseveraremos. Aun cuando confiamos en Jesús esperando de él buena parte de la salvación, fracasaremos si confiamos en nosotros mismos en cualquier sentido. No hay cadena más fuerte que el más débil de sus eslabones. Si esperamos de Jesús todo excepto una cosa, fracasaremos totalmente, porque en esa cosa ciertamente tropezaremos.

No me cabe duda de que el error en relación con la perseverancia de los santos ha impedido la perseverancia de muchos que un día marchaban bien.

¿Cuál fue su tropiezo? Confiaban en sí mismos para correr su carrera, y, en consecuencia, se detuvieron. Cuidado con mezclar algo del yo en el cemento con que edificas, porque lo convertirás en cemento destemplado, y las piedras no quedarán pegadas. Si confías en Cristo para comenzar, cuidado de no confiar en ti mismo para finalizar. Él es Alfa. Mira que te sea Omega también. Si principias en Espíritu, no debes esperar que te perfeccionarás por la carne. Empieza como piensas continuar y continúa como empezaste, siéndote el Señor el todo en todo. ¡Oh, que Dios el Santo Espíritu nos dé una idea muy clara acerca de dónde tiene que proceder toda fuerza necesaria para perseverar y para ser guardados hasta el día de la venida del Señor!

Pablo dijo lo siguiente sobre este asunto al escribir a los corintios:

“Nuestro Señor Jesucristo … os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.” (1 Cor. 1:8, 9).

Estas palabras reconocen silenciosamente una gran necesidad de decirnos cómo Dios la ha tenido en cuenta para llenarla. Siempre que el Señor da algo, podemos estar seguros de que es algo que necesitamos, ya que el pacto de gracia no carga con cosas superfluas. En el palacio de Salomón colgaban escudos de oro que nunca se usaban, pero en el arsenal de Dios no hay nada así. Lo que Dios ha provisto es lo que ciertamente necesitamos. Desde hoy hasta la consumación de todas las cosas, cada promesa de Dios será cumplida, y toda provisión de su pacto de gracia nos será dada. La necesidad urgente del alma que cree es la confirmación, la continuación, la perseverancia final, y la preservación para siempre.

Tal es la necesidad del creyente más adelantado, porque Pablo estaba escribiendo a los santos de Corinto, personas consagradas de las cuales podía decir: “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús.” Tales personas son precisamente las que sienten de verdad que necesitan gracia nueva para continuar el camino, perseverar y salir vencedores al final. Si no fueran ustedes santos, no tendrían necesidad de la gracia; pero por ser hombres de Dios, sienten diariamente las necesidades de la vida espiritual. La estatua de mármol no siente necesidad de alimento, pero el hombre vivo siente hambre y sed, y se regocija de que no le faltan el pan y el agua, porque si le faltasen, perecería en el camino. Las necesidades personales del creyente hacen inevitable que acuda diariamente a la gran fuente de todas las provisiones, pues ¿qué otra cosa podría hacer, si no pudiera recurrir a su Dios?

Esto es así en el caso de los más dotados de los santos –de los corintios enriquecidos de todo don de conocimiento y sabiduría. Necesitaban ser confirmados hasta el fin, y de no ser así, sus dones y conocimientos terminarían siendo su ruina. Si hablásemos lenguas humanas y angélicas, y no recibiéramos gracia nueva de día en día, ¿dónde estaríamos ahora? Si tuviéramos toda experiencia hasta ser “padres de la iglesia”, si Dios nos enseñara hasta comprender todo misterio, no podríamos vivir un solo día sin que de él, Cabeza del Pacto, fluyera hacia nosotros la vida divina. ¿Cómo podríamos esperar perseverar ni siquiera una hora, por no decir una vida entera, a no ser que el Señor nos lleve adelante? El que ha empezado la buena obra en nosotros tiene que perfeccionarla hasta el día de Cristo, de otra manera terminará siendo un doloroso fracaso.

De nuestro propio yo

Esta necesidad surge en gran parte de nuestro propio yo. Algunos sufren por temor de no poder perseverar en la gracia, porque se saben inconstantes. Algunas personas son inestables por naturaleza. Otras son naturalmente obstinadas y otras igualmente variables y volátiles. Van de flor en flor como las mariposas, visitando todas las hermosuras del jardín, sin hacer morada fija en ninguna parte. Nunca se detienen en un punto fijo como para hacerle un bien a alguien, ni siquiera en su trabajo, ni en sus estudios. Tales personas temen, con razón, que diez, veinte, treinta o cuarenta años de fidelidad religiosa les resulte imposible. Vemos a gente afiliarse a una iglesia tras otra, hasta haber dado la vuelta entera. Hacen de todo por turno y nada les dura. Tienen doble necesidad de pedirle a Dios que los confirme divinamente y los haga no sólo firmes sino insacudibles. De otra manera no serán hallados “constantes, creciendo en la obra del Señor siempre.”

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